Un punto rojo detrás de un arbusto
existe sólo desde cierto ángulo
sin que se trate de un truco de perspectiva.
Un pajarito muerde a otro para despertarlo
al tiempo que una chica besa a su novio
con la llegada, una madrugada,
del primer rayo de luz a la habitación.
Dos monedas dentro de un mingitorio
en desuso, implantando a quien se acerque
una duda sobre su verdadera función.
Un ventanal inmenso extendido
por las altas paredes, ahí vive
uno de los mejores pintores.
Algunos perros recostados sobre el césped
en un silencio que les es familiar.
La visita al país por parte de un pariente lejano
como un señalamiento visual de que algo sí existe.
Una quema feroz amenaza a una familia rural.
La fundición del metal para construir una campana.
Un destello de luz en un lugar inesperado
hace desesperar a los que lo cruzan
nadie puede rastrear su procedencia.
Una hoja, plegada sobre su rama
mucho tiempo antes de recibir
cualquier contacto humano.
El tiempo presente instalado
con cada una de sus problemáticas
entre hojas de otoño
y peatones sonrientes un mediodía.
Un vaso de agua que no se agota
antes de que amanezca.
Una decisión bien tomada y luego
la conciencia de ello.
Un tartamudeo insoportable
en el sector trasero de un colectivo.
Cada uno de los acontecimientos previos a un robo.
Una última visita al hospital
al salir, decirse: fue la última.
Un hilar atado a las rejas de un balcón,
atrás, varios autos circulando
en una coreografía del día.
Tarde en la noche la conversación
se empieza a forzar de un momento a otro.
La tos del hombre que duerme en la calle, la mía.
Lo que arde, lo contradictorio.
Una daga tan afilada que se vuelve
constante corte sobre el espacio.
Lo visto y lo no visto descansan sobre un segundo aliento de ardor helado
nadie más que nosotros se detiene así, frente a una montaña desangrándose.
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