Antología -vol II-

ANDO por Valentina Oyuela.

¿A dónde ir si no hay calle? Las tormentas fueron hechas lava para quien camina en el cemento, donde el espiral es encierro y se pierde noción del deseo.
Libertad sufriente en un mundo donde la verdad es parte de la mentira esclava y hoy no es nada más que un dulce en la tostada.
El contacto es castigo y muerte. La humanidad sufre el frío de su soledad y de su calabozo encarnado. Y desde aquí cuántos miedos han flotado, cuántas melodías han destilado… Asustarse de une es parte de ser. Es como un golpe racionalizado y a posteriori sentido a lo que llamamos proceso vivido. Digo llamamos como si fuésemos muches y  verdaderamente no somos nada, somos todo y nada; en una moneda, en dos caras. El ser dual que quiere la luminosidad se olvida de abrazar que el sol brilla debido a la oscuridad.
Afixiades por la vivacidad de comprender todo atornillamos nuestra mente de palabras que luego rebalsan en el sentir y tomamos noción de cómo nos torturamos en un lenguaje tan absoluto que termina siendo ridículo.
Repetir para entender.
¿A caso termina siendo una obsesión en búsqueda de la verdad que en realidad solo pide ser sentida? ¿Qué es real y qué no?
Lo real es ficción. Historias contadas, no hechas.
Quien hable de objetividad miente y quien de subjetividad parle, también.
Porque nada es certero y menos que menos estas palabras.
De vez en cuando me detengo y pienso, por ende, construyo y no solo siento. Ya no vomito, pienso.
Pienso en la luz roja que se refleja en ese agujero negro que muches llamamos televisión, ese aparato que saca la visión, el verdadero mirar. Ese que chupa a través de imágenes y te sumerge en otro relato más; dónde el propio ideal puede perderse tan fácilmente como una hormiga en el charco una noche de lluvia.
Las teclas también son rojas por debajo de sus símbolos, ¿será que debajo de toda explicación hay un fuego encendido? La intuición es puro fuego.
Un instante incesante que acalora o quema. Esto, depende de qué tan cerca quieras estar o de qué tan acostumbrade estés a la verdad, o a la maldad… No creo que sea de malo, pero quema. La luz puede cegar si vivís en la oscuridad.
El frío ausente en mi cama no pide más, ya hace mucho calor para esta soledad. El pelo pesa y mis venas crecen en cada sorbo de té hirviendo. Me gusta tomar el té muy caliente y es verdad que  a veces me quemo pero el sorbo siguiente vale la pena…
El impulso, pues, ¿será tan malo? Es tan inocente a veces… Tan egoísta otras…
¿Quién soy yo par hablar de estas cosas? En el fondo no se nada. Aunque si, alguien soy, estoy acá. En un constante ida y vuelta entre modestia y soberbia. En un persistente ir y venir de ser, cuándo, cómo, dónde y con quién. Ser desde mi o desde mi vivísima alma onírica que tan inconscientemente me guía.
Muchas preguntas, poquísimas respuestas. Muchas visiones, Mucho oído… Muchísimo sentir… 

 

TARDE CORRIDA por Johanna Holt.

Otra tarde corrida en cuarentena. Ya podemos salir un rato a oxigenar parece, para que no nos tomen desprevenidos otras curvas. Mi vecino es el primero en aplaudir mi gesto deportivo. Lo volví loco casi 40 días, viéndome correr en círculos dentro de mi propio jardín, sorteando las macetas, los perros y algún que otro bicho volador para completar media hora. Y todavía yo le replicaba con mi mente de maestra diciéndole : imaginate cuántas vueltas tengo que dar si cada una me lleva 40 segundos. Tras los iniciales aplausos y cara de alivio de los pocos presentes, tomo la ruta de siempre hacia el mar, dejándome ir por las calles constelaciones desde Can Mayor, pasando por Sagitario, cortando en dos Abeja y Octante y alguno que otro jardín. Llego en seis minutos clavados al punto matemático de la primera estirada de piernas. Le tomo el pulso al viento que sigue golpeando fuerte para decidir entre rumbo oeste o este valga la redundancia fonética. Hoy el frío se suma al viento. Busco dentro mío las raíces vikingas para tratar de afrentar de shores cortos esta corrida (había pensando ingenuamente que el calor del otoño iba a durar eternamente). Trato de doblegar el esfuerzo pensando que el frío de alguna manera sirve para templar el espíritu como lo hacen un médico amigo que se baña en invierno en el mar o en el Tibet los monjes para lograr más espiritualidad. Para algo tiene que servir aguantar esta heladera. Ayer leí a Barthes y Dubois, dos teóricos de la fotografía. Me gustó más Dubois. Creo que hoy les doy sentido en la imagen que se compone desde el este. Península desgarrada en dos por una nube gris de frío que atraviesa el cielo, en lucha con la luz tibia del sol que aparece desde la isla. Imagen que vista por Dubois, es algo que no se puede concebir fuera de sus circunstancias, donde tiene que existir un sujeto en marcha que la recepcione y la contemple. Nada más adecuado a esta tarde de corrida. Nos miro y miro la imagen: siempre dos caras de la moneda, la cara iluminada o la oscura de la luna, blanc or noir, arriba o abajo, izquierda o derecha, socialista o neoliberal, peñarol o nacional, carnívoro o vegano, oficialista u oposición, campo o mar, mate dulce o mate amargo, público o privado, deportista o intelectual, fondista o velocista, cumpliste con la tarea o no la cumpliste, tuteante o voseante, distante o empalagoso, quedate o salí, rubia o morocha, vaso medio vacío o vaso medio lleno, versión plugged or unplugged. Siempre empujados a decidir entre dos aguas, qué cuál es el día de la madre el de mayo o el de junio pero que al fin de cuentas tiene que haber un día sí. La nube se mueve y me cambia la imagen, gana el sol por momentos. Ya no siento tanto el frío, creo que entré en calor. Miro la fecha en mi reloj, me dice que es un simple 3 de otoño: día de guayabos, arazás y hojas rojas de liquidambar. Día lindo si los hay para celebrar que aún hay tiempo y que al final no tuvo nada de especial más que vivirlo y correrlo para alcanzarte una vez más.

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