Antología que observa

Dos escritos de dos autores distintos que, cada uno a su manera, escriben desde la mirada. La escritura como forma de mirar.

Texto a la vista x Joaquin Suarez

El documento está en blanco y no tengo nada. Soy la imagen que quiero que lean; unos ojos que miran aunque no hay nada que ver. Estos meses mire más que nunca. Siempre la misma casa, las mismas cosas en la heladera, las mismas marcas de birra y las mismas personas revisando la basura. Lo más impresionante de mirar es cuando lo imperceptible se vuelve concreto, como cuando los árboles se quedan pelados y los autos se llenan de hojas, los delfines vuelven a Venecia, o te quedás sin guita un miércoles a las cuatro de la tarde.

Ahora estoy en un séptimo piso y me gusta mirar desde el balcón (a veces también escupo, pero el texto es sobre la mirada y no sobre la saliva). Me gusta mirar para abajo, el otro día me acordé que en la casa de mis viejos miraba por la ventana del fondo y me imaginaba escapando entre las paredes y los techos de los vecinos. Automáticamente quise descubrir cómo escapar de acá pero me di cuenta que la vereda de enfrente queda muy lejos y que si salto con suerte llego al tacho de basura, que el edificio de la derecha tiene rejas, y que a la izquierda hay un taller mecánico, lo que es igual a seis pisos de caída.

Miro las cosas acumuladas en el escritorio. El mate frío, dos platos sucios, una botella vacía, cinco o seis libros totalmente distintos desparramados, unas hojas sueltas que pedí prestadas, una lapicera, el teléfono, los auriculares, la netbook enchufada 24 horas para que no se apagué y con 15 pestañas abiertas hace mínimo un mes. No quiero ser un intelectual. Miro todo eso por hacer y salgo de la habitación.

Nunca tuve tanto tiempo en mi vida. Estos meses miré muchas series y películas, también leí bastante y escribí un poco pero no tengo hábito. Lo que más hice fue pensar, o sentir, o analizarme, o escucharme, u observarme, o no sé bien que hice pero fue incómodo y me vi mal.

Me creció la barba y el pelo, usaba la misma ropa cuatro días seguidos, no me bañaba, estaba tirado todo el día en el sillón y a veces no me vestía. Pero no era como cuando no haces nada y te crece el pelo y la barba, no te bañas, no te cambias de ropa o no te vestís en todo el día y estas tirado en el sillón pero estas bien. Estaba mal. Me veía abandonado, me cambiaron los ojos, la cara. Ese no era yo, era una versión muy decadente de mí. Me veía mal.
¿Ustedes me ven mal?

Sería increíble poder ver la imagen mental que hacen de mí. Puede que algunas personas me conozcan y me imaginen de una forma más realista pero ¿cómo me verán las personas que nunca me vieron? Ojalá me vean de alguna forma porque si no esto no sirve para nada. Cuestión que estoy sensible. Se terminó el año y no hice nada de lo que iba a hacer pero miré mucho. Mire como si fuera una especie de ejercicio, elegí mirar antes que ser runner. Ejercitar la mirada no es fácil pero tampoco hay que ser Godard. Mirar es como meditar con los ojos, es vaciarte y dejar que lo que ves cambie tu forma de ver el mundo.

Búsqueda/Perdida x Simon Rise
/Una historia anónima como reflejo de una sociedad quebrada durante la última dictadura militar./

Lágrimas amargas, ácidas, corren carreras en las mejillas de la pobre viejecita. A su alrededor reina un descontrol padre; sin embargo ella, fuera de toda realidad, permanece inmóvil mirando la sangre que discurre de las heridas de bala de su nieta, ahora muerta, que yace ahí sobre el pavimento a un costado de la avenida. Los manifestantes huyen en malón a protegerse tras las vallas de seguridad mientras la gendarmería sigue instrucciones tajantes de verde militar. Disparan los balines con una perversa satisfacción casi inocente, como la de un niño que matara hormigas con una lupa.
La anciana tarda en reaccionar. No es para menos. La blusa blanca de su nieta a esa altura ya se había tiznado completa de un tono escarlata. De pronto una camioneta aparca a unos metros y todo comienza a suceder muy velozmente en el sentir de la vieja, como si el tiempo corriese también entre los pobres diablos con pancartas que buscaban algún amparo de los balines verdes.
Ocho uniformados bajan y se acercan apresuradamente hacia el cadáver, lo cargan a la sanfasón en una camillita y lo lanzan dentro del vehículo. Para cuando ella pudo reaccionar y empezó a gritar un pedido de auxilio, se encontraba sola. Sola. Por primera vez, la vieja se encontró con que estaba completamente sola. Una llama, un calorcito interior se había evaporado se había ido en esa camioneta se lo habían llevado. Se lo llevaron.

Se desplomó. Las piernas, como quebradas, no le respondían. En su cabeza se mezclaban las alarmas agudas con los cánticos y gritos de la muchedumbre enfervorizada; la marcha simétrica y cruel de los de verde se fusionaba con el pasar de los autos por las calles lindantes. Estuvo un tiempo ahí, tendida, desfalleciente. De a poco, muy pausado, logró deshacerse de todo el ruido que la invadía. La vieja se enderezó como pudo. Miró a su alrededor como si se hubiese levantado de un sueño. Bienvenida a la realidad, Elvira. Se halló tan perdida; esa marcha ya no era su lugar en absoluto, pero la había tocado la melancolía y no se figuraba en otro lugar.
Tenía la obligación casi litúrgica de quedarse sentada en el cordón, mirando, el cielo gris de la tardenoche y ella ahí en el cordón.
Absorta mirando el cielo. Ahora se miraba a sí misma y se juzgaba, nubarronesculpa No quería acosarse más con sus propios fantasmas, así que se dispuso a arrastrarse como pudiese hasta el bar más cercano y comer alguna cosa.
Pero cuando bajó la vista y encontró el pincel favorito de la nena sí ese con el que pintó todos sus cuadros para la facultad el que llevaba siempre consigo y un pajarito blanco picoteándolo no se movió casi. Por una de esas cosas de la edad supo que era ella. Se limitó a mirar como el ave se lo llevaba volando y desaparecía en el cielo gris gris de tardenoche y una llamita que volvía a arder con mucha más fuerza.

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