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Arte público en una ciudad primera

La ciudad se llena cada día de más murales. Cada vez más grandes, más coloridos, con más logos. El espacio público y su gestión estética parecieran tomar un único rumbo. 

La diversidad de lenguajes empieza a reducirse y cada vez cuesta más diferenciar la práctica pictórica del mural de un lenguaje publicitario. ¿Qué sucede actualmente con el muralismo y la gestión pública? ¿La articulación entre le artista, la obra y el territorio? 

En principio hay que reconocer que el mural es una práctica interdisciplinaria y que el despliegue que implica realizar obras en gran escala se parece más a la construcción de un edificio que a un artista solo frente a una tela en blanco. Esto implica que la creación de estas imágenes dependan de capitales estatales o privados. ¿Quién decide qué imagen, qué artista y en qué lugar se llevan a cabo? 

Estas decisiones no son casuales y son parte de procesos complejos de intereses. No es mi intención denunciar gestiones y mucho menos responsabilizar a les artistas. Pero creo que es necesario reflexionar sobre las decisiones que se toman en nuestro territorio. 

Los m2 de espacio público empiezan a cotizar en los barrios porteños y esto reduce las posibilidades de participación en la escena pública. Pareciera que no se le da prioridad a la integración social sino que se busca atraer capital financiero. Sucede en muchas ciudades del mundo y aunque, a mi parecer, el arte no es suficiente para generar estos procesos de gentrificación, es un punto de partida y, por lo tanto, es importante ser conscientes. 

Estar atentxs a los cambios y modificaciones de nuestro territorio es una responsabilidad para lxs que generamos imágenes en el espacio público y para lxs que no. Este compromiso es necesario para que no nos sorprendan cuando se busque el embellecimiento homogeneizador de estéticas importadas. Querer parecernos a otras ciudades es limitar la complejidad de nuestra propia cultura. 

Arte público en una ciudad privada donde la cultura es mercancía. Es monumental y fugaz, de impacto y pregnancia. Espectáculo de consumo inmediato, embellecedor, bonito y agradable. Promoviendo lo atractivo sobre lo interrogativo. Sin contenidos políticos, sociales, violentos, sexuales. Se aleja de su potencia y sólo busca agradar. Decorativo urbano. 

¿Cómo accionar ante este escenario y las pocas posibilidades de trabajo? No hay que responsabilizar a les artistas o individualizar el conflicto, esto invisibiliza la compleja red de poder de capital privado y estatal.  Sí apuesto a problematizar y repensarnos en nuestra práctica. 

Si confiamos todavía en el poder transformador del arte callejero es necesario investigar sobre el lugar en el cual se va intervenir. El territorio nunca es un espacio en blanco. Cuáles son los destinatarios, flujos, memorias, deseos, tiempos, costumbres, usos. Muchas veces como muralista llegás a un espacio que no es tuyo, creas una imagen gigante y te vas a otro lugar. En mi opinión, se debería trabajar con el entorno o en contra del entorno, cada artista elegirá su posición pero nunca el entorno puede ser indiferente.

El mural propone una potencia pero también parece importante darle valor a lo que no está gritando todo el tiempo. Quiero reivindicar las pequeñas intervenciones callejeras como modo de resistencia. Mi primer acercamiento al lenguaje poético fue a través del muralismo y siempre voy a tener la necesidad o la pregunta de cómo llevar la investigación al espacio urbano por fuera de toda institución. Abrir un diálogo entre lo autogestivo y lo que sucede en la calle que es único.

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