La masculinidad, como modelo dominante, que fue y es construido sobre la base de discursos y prácticas que son reconocidas y fomentadas por la sociedad toda, entró en crisis una vez más. Es un proceso que se observa históricamente y que en la actualidad toma forma en el avance de los movimientos de mujeres y feministas que tuvieron su expresión más fuerte recientemente con la consigna de Ni Una Menos en el 2015.
Aunque las formas de socialización para los varones fueron cambiando a lo largo del tiempo, éstas siempre están históricamente encuadradas en preceptos o mandatos que configuran los discursos y las prácticas que performan y limitan las identidades individuales y colectivas.
Los varones crecemos escuchando por parte de nuestras familias, amigues o en los espacios que transitamos tales como la escuela, lo que definirá gran parte de nuestra identidad masculina: “no llores”, “no seas una nena”, “bancatela”, “maricón”, “los varones son fuertes”, “eso es juego de nenas”.
Somos varones socializados en un sistema de relaciones patriarcales, lleno de estereotipos y roles de género establecidos como obligatorios. A partir de estas premisas construimos nuestras relaciones con otres. Con el tiempo, algunas de éstas obligaciones devienen en gran medida en violencias visibles o no, que son naturalizadas, a partir de las cuales reproducimos relaciones jerarquicas de opresión contra aquello que sea femenino y no se encuadre dentro del modelo cis-hetero-patriarcal (sobre todo, cuando nuestra masculinidad entendida a partir de los mandatos y de los estereotipos se ve cuestionada).
Los varones compartimos en nuestras vivencias, la sensación de que la forma en la que expresamos nuestra masculinidad no es suficiente para ser y mostrarnos como verdaderos hombres o como la sociedad pretende que seamos.
Para ser varón, en el sentido hegemónico, no es suficiente tener pene, sino que se hace necesario ser reconocido y aceptado por otros varones como tal. El “demostrarle” nuestra masculinidad a otros es constitutivo. Ya sea mediante una demostración de poder física, intelectual, social o incluso de control emocional.
La impotencia, en este sentido, es lo contrario a la masculinidad. Como varones debemos poder seducir a una mujer, poder demostrar intelecto en ámbitos académicos, poder debatir ideas y ganar esas discusiones, poder controlar todas nuestras emociones o, incluso, poder hacer un excelente asado o gambetear como messi. La omnipotencia se vuelve una exigencia que el varón trata de cumplir no solo como una búsqueda personal, sino además como algo que debe demostrar frente a otros varones.
En palabras de Rita Segato, “Aquello que hace pensar al hombre que si él no puede demostrar su virilidad, no es persona. Está tan comprometida la humanidad del sujeto masculino por su virilidad, que no se ve pudiendo ser persona digna de respeto, si no tiene el atributo de algún tipo de potencia. No sólo la sexual, que es la menos importante, también la potencia bélica, de fuerza física, económica, intelectual, moral, política.”
Por otro lado, Gilmore nos dice que mediante el mandato de la autosuficiencia (que implica pretender hacerlo todo por nosotros mismos, sin ningún tipo de ayuda) no nos permitimos mostrarnos ante otros de forma vulnerable, débil e impotente sin perder nuestra masculinidad: en definitiva, no podemos equivocarnos, nunca.
Seguir sin reflexión alguna estos mandatos, nos impide pedir ayuda cuando la necesitamos, o expresar nuestros sentimientos cuando nos sentimos vulnerables frente a otros. Esto tiene costos y produce mucha soledad y violencia con otras personas y con nosotros mismos.
Aunque se puede sentir culpa por tener acciones violentas, la responsabilidad de estos hechos y de las consecuencias no se asume tan fácilmente. Desde atacar a un árbitro en un partido de fútbol, culpabilizar a una mujer porque rechaza un ofrecimiento sexual, poner excusas laborales para desligarse de un reproche por no cumplir la corresponsabilidad familiar, hasta el uso abusivo de sustancias perjudiciales para la salud como método de escape, que ponen en riesgo la propia vida y la de otras personas. Son conductas que se expresan en muchos casos como consecuencia del ejercicio de esta construcción normativa de la masculinidad.
Urge entonces, reflexionar y cuestionar para desandar los mandatos de la masculinidad hegemónica y normativa que los varones y la sociedad tenemos como modelo para vivir, el ejercicio y vivencia de otras masculinidades, que sean libres de estereotipos jerárquicos de género, de mandatos, de actitudes machistas y, por supuesto, que no sean violentas.
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