Me posee el sueño.
Cae precipitadamente sobre mis ojos el telón de una obra a medio hacer. Me gustaría poder decir que lucho contra el cansancio como lucharía el más feroz guerrero. Pero más bien parezco un esclavo siendo azotado por no haber cumplido con las demandas de mi cuerpo, que exige una desconexión.
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El peso que me empuja la cabeza hacia el suelo se siente muy parecido al peso del mundo. Compadezco en estos momentos a Atlas y su descomunal castigo. Puedo imaginar su esfuerzo, que debe ser muy similar al que estoy haciendo en este momento, pero por toda la eternidad.
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No me quiero dormir. No quiero dejar que Hipnos me capture, por más tentador que sea, porque sé que me llevaría a navegar muy lejos, por sus reinos, y yo debería estar acá amarrado. En el fondo me reconforta su visita, la necesito, pero como muchos otros antes de mí, en este momento debo oponerme a su voluntad. Debo resistirme a sus mareas invisibles con corrientes demoledoras. A su influencia, como un viento interno que va ganando potencia y adormece con su roce todo mi cuerpo. Me anclo a esta silla como si fuera mi única y última salvación.
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No sé exactamente de donde saco la voluntad para ordenar mis pensamientos y comienzo a volver. Sacudiendo de mi mente toda idea que no ayude a espabilarme.
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Tendrán que venir de a varios para lograr dormirme.
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Abro los ojos, resecos, y siento que corro de a poco una cortina de hierro que pesa una tonelada. Casi puedo escuchar un ruido metálico, como de un engranaje oxidado, proveniente de mi cuello tratando de enderezarse. Como un autómata al que no le dieron cuerda, son los únicos músculos que me responden. El resto parece seguir dormido, o capaz se hacen los dormidos para que yo ceda lo antes posible.
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Disimulo como puedo esta disputa que sucede dentro mío, pero todos a mi alrededor deben haber escuchado el chillido de mi nuca porque se dieron vuelta para mirarme. Aunque no descarto que en realidad haya estado babeando, o en el peor de los casos roncando, y haya llamado gravemente la atención. Me juzgan. Me reprochan con la mirada. Veo incluso algunos ojos que, sospecho, un poco me envidian. Les sostengo la mirada por un tiempo que, sé perfectamente, fue fugaz. Sin embargo me costó horrores, haciendo que el tiempo transcurra dolorosamente despacio.
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Espero que hayan sido más de cinco segundos. Más de cinco segundos desafiando a esta gente que me rodea y quedo satisfecho, pienso. Es una cuestión de dignidad, de orgullo.
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Miro al profesor a la cara, con lo que yo imagino es una expresión provocadora, rebelde. A lo que élsimplemente responde con un leve giro de cabeza en forma de «no». O quizás en forma de «no vas a aprobar esta materia en tu re puta vida». Sea cual fuera el significado, y frente al peso que empuja con fuerza mi rostro hacia el olvido y mis párpados contra ellos mismos, sonrío. Cierro los ojos, y doy por perdida mi batalla contra el sueño.
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Me rindo finalmente, con todos los presentes como testigos de mi combate y mi derrota.
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Me siento sereno, prestante. Caigo lentamente hacia unos brazos que amortiguan mi heróico descenso. No sé de quién son estos brazos, quizás Hipnos logró cazarme, o tal vez fue Morfeo, su hijo. Pero poco me importa, se extiende sobre mí la manta de las estrellas, me suspenden en posición fetal y mi caída suavemente se convierte en ascenso. Sé que a mi alrededor deben estar riendo, aunque sus voces y sus miradas hayan quedado muy lejos, también sé que voy a tener que volver a este aula el año que viene. Así como sé que quizás esta no sea la carrera que debería estar persiguiendo.
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Pero lo más importante, sé que nadie, absolutamente nadie, va a venir a despertarme.
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