|LÍNEA EDITORIAL| El desafío de la legitimidad en nuestro tiempo. Para hacer política en la actualidad hay que ser artista.
Pensar que el arte puede ser político es más cotidiano e imaginable que pensar que la política pueda ser artística. El arte se manifiesta político a diario, es más común pensar a un artista hablando de política que a un político hablando de arte.
Nietzsche a mediados del siglo XIX diagnostica la llegada del nihilismo, es decir, la crisis de los fundamentos de la idea de verdad, del bien, de la autoridad, la moral y la religión. Acostumbrados a un mundo que podía ser explicado mediante la religión que delega el sentido de las cosas y una moral conservadora, podemos acordar que en la actualidad la legitimidad está en cuestionamiento, no sería oportuno hacer política descansando en verdades incuestionables.
No se puede negar la actual tendencia al reconocimiento de la diversidad que representa la idea de verdad, sin embargo, la caída de la interpretación moral no debería implicar un anarquismo absoluto sino una posibilidad de accionar humano.
¿Sería entonces el arte una posible vía de acción legítima para la política?
Pensando a la política como accionar que aspira a tener una relativa incidencia sobre el conjunto de las personas, se necesita del arte como devenir creador y contingente, el arte como lo opuesto a lo metafísico o religioso por no pretender una verdad. El arte como herramienta que da cuenta de cierta autonomía, un accionar desde lo real y lo finito, sin aspiración a convertirse en una verdad absoluta.
La caída de los sentidos unívocos no es un arrebato de la posibilidad de construir, no resignemos nuestra potencia de acción.
Para hacer política en la actualidad hay que ser artista. Ya no buscar el sentido de las cosas sino introducirlo, intervenir la realidad misma.
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