Un día te diste cuenta que la calle estaba gris. Que las flores que querías para el ramo que llevarías a pasear en colectivo, ya no hacen fiesta en el jardín.
Que el asfalto se volvía llano; una sorpresa, esto era peor que el empedrado, o la ruta del desierto llena de baches.
Habías salido a buscar enamorados, pero todos ya se habían escondido. Mirabas a los costados y todas las personas eran iguales, ya nada salía gritando del pecho, nadie pelaba mandarinas con cuidado,
con la delicadeza de quien toca una seda finísima.
Ahora todas caminan por la zanja, ensuciándose los pies, qué importa si nadie se preocupa por esos pies, si es lo que merecen,
porque no hay nadie más que comparta la pasión de pelar mandarinas.
Volviste, entonces, a estar entre todas estas paredes, que se reducen siempre a cuatro, entre las que no se cuela más vida que la que entra por el tragaluz neuronal. Melodías viejas para desafiarte a sentir algo.
Saliste a sentir el olor de la lluvia,
porque la poesía y la lluvia y el humo y el café y las hojas amarillas
terminaste acariciando a un perro vagabundo, porque tenías miedo de adoptar un gato y aburrirte rápido.
Y así te dieron ganas de devolverle todo. No querías sus migas, no querías los guijarros tampoco
una sorpresa; tampoco querías ninguna garantía
lo fuiste devolviendo de a poco, porque para cerrar una puerta que por algunos años pudo permanecer abierta hay que tener cuidado,
aunque fuese menos doloroso un portazo que deje tus dedos aplastados en el marco,
de a poco destejiendo ese hilo finísimo, al cual la casualidad los había atado
hasta entregar el último resto de amor que, en forma de nostalgia, aún se defendía.
Es que ya no hay alma, espíritu suficiente que te libere de todos los días, que cure al alma en pena que desde estos tempranos días ya habita tu cuerpo
Y las palabras te sobraron cada vez más. Intentando escribir, descubriste que te olvidaste de amar.
Buscando calor en el fuego, te volviste ceniza.
———-
Como sentir las ganas de bailar adentro del cuerpo, pero ser incapaz de sacarlas; y no poder bailar en soledad es lo más cercano a la muerte.
———
Quizás en otra dimensión hubiese dado un beso después de bailar.
Me hubieses querido escuchar y ahora podría estar abrazada a alguien mientras lloro en silencio.
——–
En un cuaderno voy escribiendo, o intento escribir, lo que sentí durante el día. Hay menos letras que tachones, parece como si me sostuviera una mancha en un papel. Hay días enteros de manchas, enojos, y espacios en blanco.
Para ser alguien que no siente nada hace meses, es difícil escribir sobre el amor. Es un intento de entender que sentir no es sencillo, amar tampoco, pero no hacerlo, de a poquito te destruye.
Martina Davalli nos recomienda Happy Together (1997), de Wong Kar-Wai
«Una pareja hongkonesa visita Buenos Aires, entre pelea, amor, desamor y violencia. Buenos Aires visto y escuchado por alguien completamente ajeno. Colores y sonido hermosos, actuaciones impecables de Leslie Cheung y Tony Leung. No poder soltar sentimientos que dañan, y mucha soledad, te acercan a un personaje principal que te parte el corazón. Quizás porque todes al final buscamos algo de compañía.»
Deja una respuesta