El costo personal de cambiar

Adentrarse en un proceso de activismo ambiental no difiere tanto de hacer un duelo. De hecho, es efectivamente un proceso de duelo: es tomar conciencia de que algo se perdió y está perdiendo, y que si no se toman decisiones, no es posible salir de esta crisis. Negación, enojo, negociación, depresión, aceptación. Las cinco etapas del duelo.

Empezar a cambiar hábitos y costumbres requiere romper lo que teníamos construido como natural en nuestra vida. Esa ruptura es difícil y cuesta, por eso la podemos comparar con un duelo. Un primer momento de ese duelo es la negación: el comprender que había acciones naturalizadas que estaban mal, es comprender que hasta ahora veníamos negando su impacto. Nuestra sociedad no nos educada para ser conscientes del daño ambiental. Por eso la etapa previa a empezar una vida sustentable es una etapa de negación. Se niega que el planeta está en condiciones criticas y también se niega que nosotros somos responsables del cambio, que nuestra acción es necesaria.

Una vez que se toma consciencia de la situación, es usual entrar en una etapa que se caracteriza por el enojo. Nos enojamos con todo y todos. Con las generaciones pasadas que no cuidaron los recursos naturales y que dejaron este desastre a nuestro cargo. Con las grandes empresas que están destruyendo el planeta. Con nuestros conocidos que no les podría importar menos la crisis climática. Y finalmente con nosotros mismos que si bien estamos empezando a ser conscientes, no terminamos de hacernos cargo y generar acciones relevantes para lograr un cambio.

El enojo no contribuye a lograr un cambio real y, por ende,  se comienza una nueva etapa del duelo que consiste en hacer muchísimas cosas para dejar nuestra huella. Pero inevitablemente, al no estar acostumbrados a estas nuevas acciones, se empieza a disolver la constancia. Empezamos a hacer menos y menos. Pero como ya somos conscientes del tema, se vuelve inevitable escuchar a esa vocecita que nos dice “dale pajera move el culo y hacé algo”. Este es el momento en el que empezamos a negociar con nosotros mismos. Qué cosas están a nuestro alcance y podemos hacer y qué cosas no. Se negocia para lograr una rutina que incluya habitos sustentables dentro de las posibilidades reales de nuestra vida. Este es un momento muy revelador porque se expone cuanto es lo que realmente podemos hacer, que en terminos reales es muy poco porque somos individuos y nuestras posibilidades y cambios son bastante pequeños.

Aquí comienza una nueva etapa que se podría identificar como la etapa de depresión, parecida al enojo pero con sentimiento de angustia y tristeza. Sentimos que fallamos. Que no somos capaces de hacer todo lo que queremos hacer. Sentimos que deberíamos intentar con mayor esfuerzo pero a la vez nos sentimos incapaces. Cada vez que compramos tiramos un plástico que podría haber sido evitado pensamos en todas las formas en la que podríamos haberlo reemplazado, pero no lo hacemos… Nos ponemos excusas: no tengo tiempo, es muy caro, no pasa nada si por esta vez no lo hago.

Por último, podríamos decir que se llega a una etapa de equilibrio, una etapa de aceptación. El momento más lindo. Empezar a aceptar que no somos perfectos y que no tenemos que serlo. Que con adoptar un nuevo hábito siempre que puedas es mejor que hacerlo todo de golpe. Hay que irlos adoptando e incorporando a medida que nos sentimos preparados para hacerlo a largo plazo. 

Transitar este duelo es necesario para empezar a accionar. Transicionar a vida ambientalista es algo que tiene que suceder si queremos ver el futuro de nuestro planeta. 

Es necesario empezar a vernos como comunidad. No somos solo individuos que quieren el cambio, somos una colectividad que demanda ser escuchada. Aparte del cambio individual también es necesario el cambio social.

El modo de vida sustentable debe convertirse en nuestra cultura, en nuestro nuevo normal.

 

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