A lo largo de la historia se han planteado diversas concepciones filosóficas sobre el tiempo, en donde se piensa que el mundo que conocemos terminaría para volver a nacer: Una visión cíclica sobre el origen del universo. En esta nota, abordaremos la idea que formuló Nietzsche en uno de los capítulos de su libro Así habló Zaratustra: el eterno retorno. Allí, el filósofo alemán explica que no se trata de una repetición de hechos con mejoras, sino que todo ocurrirá en el mismo orden nuevamente. Por ejemplo, si tiramos un dado, existen 1/6 posibilidades de que salga el número 1; por eso, lo más probable es que luego de un par de intentos consigamos el número que deseamos. Así, después de un rato, podría salir el número 1 seguido de un 2, y si continuamos toda la tarde, en determinado momento habremos logrado que salgan los números del 1 al 6 en orden. Y en otro momento volverá a salir esa misma secuencia. Esto es lo que plantea Nietzsche en su versión cosmológica del eterno retorno de lo mismo. Es decir, un universo compuesto de materiales finitos, los de la tabla periódica, en un tiempo infinito, tenderá a repetir en esa inmensidad de combinaciones los mismos patrones y así usted se encontrará leyendo este texto de nuevo en la siguiente vuelta, y la siguiente a esa, y así lo habrá leído en millones de vueltas anteriores a la actual. Lo que dará pie a pensar en la idea de algoritmo –patrones de repetición– que al hombre le brinda la ilusión de que todo es calculable (inteligencia artificial). En su obra Nietzsche, Gilles Deleuze hace una interpretación de esto y lo define como un eterno retorno selectivo: una especie de rueda que en cada vuelta va expulsando lo malo. Para el último hombre –es decir, el último eslabón del hombre tal como lo conocemos hoy, temeroso ante los cambios y la incertidumbre, aferrado a la idea de que Dios, el Estado o la tecnología estarán ahí para “protegerlo”– la idea del eterno retorno selectivo es una interpretación que le viene como anillo al dedo. Porque, de esa manera, tendría la posibilidad de volver a vivir lo mismo, pero sin decidir sobre su destino. El último hombre cree que si puede entender el patrón de repetición logrará eliminar lo que lo angustia, molesta o perturba para llegar finalmente a un “mundo feliz”. Cuando se produce alguna ausencia, cuando alguien o algo falta, cuando hay desencuentros en la vida o en el amor, el último hombre espera que todo se vuelva a repetir, pero esta vez con un final feliz. Esto lo hace “eterno retornista” porque, aunque falten millones de años para volver a vivir un instante que no tenga lo malo, esta dispuesto a esa espera de un falso paraíso.
En cambio, el superhombre (entendiendo superhombre como aquel que va más allá del hombre actual) buscaría en cada vuelta una pequeña diferencia sin garantías, la producción de algo nuevo, inédito. Dado que no hay cálculo matemático que permita saber con certeza y sin margen de error el lugar donde ocurrirá algo diferente. El superhombre sabe que va a repetir cada experiencia, pero lo mueve el anhelo de poder encontrar algo que lo haga vivir o elegir algo distinto.
Sin embargo, esta versión cosmológica no pretendía explicar el universo o el sustento en leyes físicas de la idea de tiempo, por lo que Nietzsche propuso una versión ética del eterno retorno que consiste en preguntarse lo siguiente: “¿Cómo se sentiría si alguien le dijera que va a tener la misma vida?” Este interrogante hace que nos cuestionemos la forma en que vivimos y si estamos a gusto con ella. Quien vive en el resentimiento constante con el pasado, como el último hombre, está claramente disconforme con el presente por la presencia de lo malo en su historia; por eso, detesta escuchar esa idea. Su postura anula todo su potencial creador. Sin embargo, pone su esperanza en que Dios o el destino van a concederle sus deseos y eso se traducirá en una vida diferente. En cambio, el superhombre supone que su historia se va a repetir, pero sabe interiormente que tiene que hacer algo para cambiarla y que eso dependerá de él. Además, aprovechará el tiempo que le quede en la Tierra para cumplir con aquello que desea.
En la serie Black Mirror se presenta un mundo distópico que nos confronta con la fascinación tecnológica y con los efectos, algunos siniestros, en la vida cotidiana. En el capítulo “San Junípero” se propone un sistema de realidad simulada en el que se almacenan las conciencias de personas muertas y aquellas que viven sus últimos años en el mundo real. Estas pueden optar por quedarse jóvenes por siempre en aquella ciudad costera de California que recrea épocas como los 80, los 90 o los 2000. Este es el sueño del último hombre: ser joven eternamente, sin dolores, sin muerte. Un logro de la tecnología. Esto resulta de negar lo que no se puede cambiar. ¿No es triste ansiar vivir en esa eterna juventud? Soñar con aquello no hace más que sacar a la luz lo infelices que somos. Algunos anhelan el desarrollo de esta tecnología, encontrar ese algoritmo que libera de la angustia y no permite enfrentarse al desafío de vivir una vida llena de incertidumbres y sin garantías.
El superhombre se disgustaría al saber que va a vivir en un mundo donde no puede crear la diferencia. Más allá de un buen uso de la tecnología, no creería que esta pudiera salvarlo del malestar, los desencuentros o la muerte.
Entonces, la enseñanza del superhombre nietzscheano sería aceptar el desafío de hacer en esta vida lo que decimos que haríamos en otras, pero sin delegar la responsabilidad de cambiar, de crear o de decidir.
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