El fin justifica los medios: el poder de comunicar

Hace tiempo que es de público conocimiento que los medios de comunicación predominantes suelen ejercer un recorte ideológico en la información publicada. El humor en torno al color político que promueven no deja de formar parte de nuestra vida cotidiana, la cual se encuentra constantemente bombardeada por data proveniente de las diferentes fuentes de comunicación, desde la televisión hasta las redes sociales más populares.

Si vamos más allá de la obvia diferencia ideológica, notamos regularidades en el discurso. Un ejemplo reciente de esto se vio durante el desalojo de los terrenos de Guernica: era realmente penoso leer las noticias ese día y que cada gran medio de comunicación glorifique el accionar de la policía de Sergio Berni y Axel Kicilloff. Yendo desde la caradurez de TN felicitando la represión, al discurso más soft pero igual de antipopular sobre “los policías heridos” de C5N. Las felicitaciones a los desalojadores de miles de familias que a falta de acceso a una vivienda ocuparon tierras públicas, dominaron cada programa y no distinguieron signo político dentro de los grandes medios. Resulta interesante entonces, pensar qué rol ocupan los medios para poder cuestionarnos todas estas cosas.

Durante las últimas dos décadas, el debate en torno al Grupo Clarín y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual -más conocida como “Ley de Medios”- dejó en claro que al fenómeno de monopolización, que atraviesa el conjunto de la economía contemporánea, no se le escapa las empresas de comunicación masiva. Una de las posibles conclusiones es entender que esto es resultado de una lógica lucrativa, es decir, que aún siendo uno de los eslabones fundamentales en la formación de la subjetividad e ideología de la mayor parte de la población, hay una prioridad en la acumulación de ganancia. El fin justifica los medios.

Otro dato no menor, es el lugar de los medios de comunicación independientes, quienes quedan notoriamente relegados y carecen de una llegada tan amplia, lo cual evidentemente perjudica la influencia que los mismos puedan tener en los diferentes debates que atraviesa la sociedad. El monopolio de los medios de comunicación no solo se trata de una concentración de riqueza impensable, sino también de la elección arbitraria de la información que se pone a disposición de las mayorías. Por lo tanto, el consumo predominante de los medios hegemónicos garantiza una homogeneidad del contenido de la opinión pública. La formación propia de la subjetividad de las masas está sumamente ligada a este problema.

Es así como nuestro derecho a informarnos recae en la responsabilidad de unos pocos empresarios que toman esta tarea en base a sus intereses económicos y de clase, teniendo fuertes vínculos con el poder político. En la medida que esto suceda así, la contradicción entre las condiciones objetivas que nos colocan en oposición se desdibujan en la apropiación y reproducción de un mismo discurso, el de clase dominante. Un recurso tan importante en el desarrollo social como lo es la comunicación, no puede limitarse a perpetuar este discurso.

Es momento de poner en debate qué intereses reproducimos y que lugar tenemos nosotres siendo jóvenes estudiantes, en un futuro trabajadores. Pero, más allá de la capacidad de posicionarse críticamente y la distancia que podamos tomar en términos individuales frente a lo que consumimos, la defensa de una comunicación y el derecho a la información está ligada a la lucha en contra de la monopolización de la misma.

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