Las mujeres venimos de una historia de censura, de prohibiciones, de negación de nuestra sexualidad; por lo menos, en lo que respecta a “lo público”, lo cual no significa su inexistencia en “lo privado”. Al calor de las luchas del movimiento de mujeres, y en particular con el pico que alcanzó el año pasado con los reclamos por la legalización del aborto, pudimos empezar a cuestionar al sistema que nos relega y oprime, empezar a abrir un camino hacia la emancipación del mismo, hacia un poder de decisión sobre lo que se supone que es nuestro: nuestro cuerpo.
Es en este contexto, en el que muchos sectores del feminismo militan esta decisión sobre el propio cuerpo como un acto individual, asumiendo que dentro de este sistema hay una efectiva posibilidad de libre decisión. La idea de “empoderamiento” como un objetivo al que cada una debe llegar, y sin avanzar en un análisis político más profundo, puede hacernos creer que estamos desafiando algo, cuando en realidad lo que terminamos haciendo es perpetuar esta opresión.
Está de más dicho que nos criamos expuestos a estereotipos, a modelos de cuerpos, pero no sé si somos tan conscientes cuán importante es esto en el desarrollo de la sexualidad, de cuanto dejan su marca, de cuanto nos condicionan y cuánto abarcan. Por poner un ejemplo, desear tener el cuerpo de una estrella porno, mostrarlo en las redes sociales basándose en la posición que tiene la mujer en dicha industria ¿es romper con un régimen de opresión y censura a la mujer? ¿O es más bien perpetuarlo? Lejos de condenar a quien lo haga, y entendiéndolas (entendiéndonos, en realidad) como producto de dicho régimen, cuestiono el rol que asume alguien al mostrar su cuerpo, y sobre todo de qué manera y qué significa que lo haga. Ni hablar si se trata de pibas que empiezan a vivir su sexualidad, pibas entre los doce, trece años. Es explotar los estereotipos desde que somos muy pendejas, es ponernos a posar hipersexualizándose, no es permitirnos una exploración genuina de nuestro cuerpo, con cómo nos sentimos cómodas, con quién, y bajo qué parámetros.
La mercantilización de los cuerpos aparece como una característica propia del sistema capitalista, como uno de sus grandes negocios, para lo cual es necesario asignarle a la mujer el rol sumiso y dominado. Reducirla a un objeto sexual, que como tal puede ser expuesto y comercializado. Y en la edad en la que una empieza a descubrir su cuerpo, es peligroso. Todo esto completamente exacerbado por un constante bombardeo de imágenes y estímulos cada vez mayor en las redes sociales, del cual nadie está exento.
Es fácil caer en interpretaciones de mensaje confuso, o que no terminan de problematizar la carga politica que contienen; en definitiva, caer en la contradicción de pretender liberar los cuerpos de la misma forma en la que el sistema capitalista busca mantenerlo apresado: objetivizándonos. Es jugar a dicho juego capitalista bajo el título del “empoderamiento”. ¿Entonces el empoderamiento es seguir mostrando y percibiendo mi cuerpo según una percepción externa y “estandarizada”? ¿La salida a la opresión, donde estaría eligiendo libremente, es volver mi cuerpo un objeto, situación a la que nos lleva el mismo sistema?
Desde ya, festejo el desafío a la autoridad, estas feroces ganas de poder decir “soy libre de hacer con mi cuerpo lo que quiero”, de pararse frente a quienes nos quieren mantener guardadas. Pero, ¿romper con esa censura pasa por un accionar individual? ¿Es posible la emancipación dentro de una lógica de un sistema que se apropia de nuestras luchas, y las tergiversa? “Ser libre de hacer con mi cuerpo lo que quiero”, no es compatible con un régimen que nos vuelve mercancías, delimitando cómo y para quién “posamos”, cómo y para quién nos vestimos, cómo y para quién vivimos nuestra sexualidad; incluso cómo vamos a creer que nos rebelamos contra el mismo, haciéndonos caer al lugar de cosificación del que queremos salir. Estos son los límites de entender la emancipación de la mujer como un hecho aislado a la emancipación del sistema capitalista en su conjunto; creer que el cuerpo es libre dentro del mismo, es no salir de la creencia que la única forma de organización social es una que nos explota constantemente, y nos interpela hasta en donde nos creemos por fuera, o creemos combatirla.
El error también está en castigar, juzgar o culpabilizar a quienes “nos sacamos fotos de tal o cual manera”; sigamos desafiando a quienes no nos permiten mostrarnos como se nos da la gana, ignoremos los tabúes, celebremos que cada día nos cuestionamos más esta censura histórica, y no dejemos de comprendernos como producto de esta. Pero cuestionemos también estas acciones, el rol que jugamos al querer rebelarnos, preguntémonos si no terminamos cayendo en lo que queremos eliminar. Y bien por las nudes, por qué no.
Resurjamos el auge de la lucha por nuestros derechos y reivindicaciones, subámonos a una nueva ola combativa, pero dándole el carácter emancipatorio que requiere; no mantengamos ilusiones en supuestas salidas individuales que no cuestionan al régimen, que se disuelven en sus contradicciones, y ponen nuestras peleas a su servicio. Valgámonos del poder revolucionario del movimiento, para poder liberarnos efectivamente del sistema que nos oprime.
Deja una respuesta