El arte, como medio de exteriorización, siempre fue motivo de preocupación para quienes la diversidad de opiniones significa una amenaza. Históricamente la expresión artística fue víctima de censuras y encierros. Desde el extremo Nazi y su quemas de libros; hasta gobiernos democráticos, como el actual argentino, que persiguen artistas callejeros; pasando por el caso del querido Víctor Jara a quien, en pleno cautiverio en la dictadura chilena del ‘73, le quiebran los dedos y lengua para que deje de cantar. ¿Qué verdades hubiéramos encontrado atrapadas en las letras de aquellos libros? ¿Qué se escondía entre las melodías de Víctor Jara? ¿Qué estaba latente en el roce de las cuerdas y sus dedos? ¿Qué gritaba su voz que hizo falta cortar su lengua para que callara? Sería un error pensar que el objetivo de aquellas censuras fue únicamente ocultar ideas. Parafraseando a Robert McKee, guionista estadounidense, los que ocupan el poder no le temen a las ideas; le temen a la amenaza de las emociones.
El arte de por sí es una falacia. Será recreación, juego, ficción, representación y muchas cosas más, pero nunca realidad pura (¿Qué sí lo es?). Más bien, es una manipulación de muchos reales que crean por consecuencia otra nueva y diferente (o quizá no tanto) realidad. Pero reduzcamos, a razón de este ensayo, al arte como mentira. Una vez alguien me dijo que a las mayores verdades se las encontraba buscando en los huecos de las falacias más evidentes. El arte es, entonces, un gran nido en donde buscar verdades escondidas. Una farsa que envuelve entre sus hilos falsos un tejido de verdades incontrolables que no serían escuchadas de ser postuladas como tales. ¿Qué sería del arte si fuera presentado como fuente de certezas? Se convertiría en un ensayo periodístico, en un postulado científico, se convertiría en idea.
La fuerza transformadora del arte radica en su postulación como mentira.
No hay nada certero, mesurable, ni mucho menos controlable en el arte, porque el arte es emoción. ¿Y qué hay de certero en la emoción? No hay territorio más fértil que el de la duda. La duda mueve posibilidades, y el movimiento es revolución. “Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado” – Silvio Rodriguez. Es aquí donde el arte se transforma en arma. El pensamiento será controlable y manipulable, pero la emoción tiene vida propia y, por sobre todo, resulta impredecible. Y no hay nada más amenazante que la impredecibilidad de las emociones arraigadas en los cuerpos. Una pequeña gota de emoción es capaz de convertirse, hasta en los cuerpos más inesperados, en un cauce de agua imparable. Pero el arte también nos acerca otra cosa: encuentro. Si una gota basta para generar un río en un solo cuerpo, no hay fenómeno natural que pueda describir la potencia colectiva que puede generar un acto artístico. El arte es peligroso en la medida en que activa individualidades capaces de articularse colectivamente, con la fuerza que eso supone. “Pueblos que cantan siempre tendrán futuro”, decía Mercedes Sosa en una de sus canciones.
Será por eso entonces, que el arte se vuelve un peligro para aquellos que tienen algo que ocultar. Un gobierno que aplasta la cultura, es un gobierno con miedo.
“Los artistas amenazan a las autoridades develando mentiras e inspirando el cambio. Por eso cuando los tiranos se hacen con el poder, sus escuadrones de fusilamiento apuntan directo al corazón de los escritores”.- Robert McKee.
Una emoción es tierra fértil, y ellos no quieren nuevas cosechas.
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