Una invitación a reflexionar sobre el régimen al que nos subordinamos.
El régimen democrático, a pesar de ser el que permite mayor libertad de expresión, presenta grandes contradicciones. Por ello, escribo esto. En base al combate de las mismas, creo que debemos repensar la manera en la que está organizada la sociedad, y qué lugar ocupamos nosotres en las decisiones que definen nuestra cotidianeidad.
Desde su definición etimológica (“gobierno del pueblo”) la democracia presenta la más grande de sus contradicciones: la representatividad. Es la Constitución Nacional de nuestro país la que dicta en su artículo 22: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición”.
La representatividad puede ser vista en sentido tangible en el acto del sufragio, en el que nos vemos como ciudadanos involucrados de manera directa en la elección de quien va a definir las políticas que perjudicarán o beneficiarán las condiciones de vida del conjunto de la población. Pero ¿qué estamos votando exactamente? Sí, representantes que tomen las decisiones por nosotres.
Es importante marcar las diferencias en elegir y decidir, ya que, una vez colocado nuestro sobre en la urna correspondiente, solo nos queda entregarnos a lo que venga, porque hasta ahí llega nuestra participación. Luego, otra persona se encarga de decidir qué (nos) pasará. Creo que soy objetiva cuando indico que ningún frente (excepto la izquierda revolucionaria) presenta un programa político que pueda garantizar con seguridad a que estamos “comprometiendo” nuestro voto. Lo cual no es menor: nos basamos en la confianza en el discurso de ele candidate para entregarle el poder de un país (y del futuro de las personas que viven en él).
Lo que esconde la falta de claridad en un programa o accionar político una vez que “x” partido asume al poder, es la falta de claridad en los intereses del mismo (lo que lleva a una contraposición entre lo que se dice y lo que se hace). Esto no se debe más que a un antagonismo entre la defensa de los intereses de la mayoría de los votantes (clase trabajadora) y los intereses de los grupos de poder a los cuales se alían los diferentes partidos. Un ejemplo muy claro: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer no me votaba nadie” (Carlos Menem, presidente argentino 1989-1999).
Para sumar en este punto: ¿Por qué sería necesario el monopolio de la violencia “legítima” en manos del Estado si esto no fuera así? Simple, el Estado precisa su aparato represivo para imponer los intereses de la clase dominante. Ese es el lugar que ocupa el Estado desde sus orígenes: nace en conjunto con las clases sociales para ser quien garantice la subordinación de una clase a otra, es decir, la explotación.
Y en ese sentido viene el rol de la democracia: al otorgarnos el voto como única participación, no solo genera el pretexto para responsabilizarnos de decisiones en las que no estamos involucrados, sino que la representación garantiza que nuestra participación sea en pos de relegar el poder de tomar las decisiones sobre nosotres mismes. Todo el poder de “decisión” o “injerencia” que une ciudadane promedio pueda tener mediante el sufragio, sólo se involucra directamente en decidir quién va a ser la persona que va a la cual le va a entregar su capacidad de decisión.
Desde mi lugar de militante y activista, no puedo correrme de la realidad en la que estamos inmerses. Llamo a reflexionar en torno a la sociedad en la que vivimos, sus maneras de orden y mismo, cómo actúa ese orden para perpetuar las contradicciones, injusticias y la propia miseria que vivimos dia a dia. Llamo a reflexionar sobre el conformismo.
Más que nada, invito a todes a reflexionar más allá de la política burguesa y el lugar que ocupamos en ella. Si nosotres no vamos a cambiar la historia, no se a quien estamos esperando para que lo haga.
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