«Irse yendo», unas raíces destruyendo los cimientos de la casa, el teatro y una primera novela. Tras el lanzamiento de «su primer libro para ubicar en el estante de novelas», y un éxito rotundo en el Teatro Solis de Montevideo por su obra Estudio para la mujer desnuda, escrita y dirigida por ella, nos acercamos a Leonor Courtoisie.
De Montevideo, la actriz, creadora escénica y escritora, se egresó de la EMAD y hace cinco años coordina el sello editorial Salvadora. Ganadora del Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en Dramaturgia Inédita por Duermen a la hora de la siesta (2019), entre varios más, Leonor ahora mismo es miembro del Directors LAB del Lincoln Center Theatre de Nueva York.
Hilando en la sociedad uruguaya, en la familia, su propia familia, la droga, los incendios, las vicisitudes de la actuación, la mudanza, las construcciones en un barrio, por medio de un árbol, Leonor esgrima un punto de vista de fragmentación, y lo importante, quién sí y quién no asiste a un funeral.
– “Irse yendo” es tu primera novela publicada, ¿Cuáles fueron tus expectativas respecto a indagar en un nuevo formato?
Creo que es una novela porque alguien debe ubicarla en el estante de las novelas. Tiene características cercanas a lo considerado como novela pero una estructura híbrida nada novedosa que a veces roza algo parecido al ensayo. Esa hibridez, las mezclas, transitar los bordes de las disciplinas, es una constante. No como una imposición sino como parte de un recorrido pautado por deseos y curiosidades: me muevo todo el tiempo, tiendo a la ansiedad, profundizo en lo que queda entre, no tanto en la técnica. Y cuando estoy en la práctica no pienso qué es o cómo es el formato sino que genero tensiones y relaciones con un material, preguntas, maneras de vincularme, de pensar-escribir. No recuerdo si tuve expectativas, no sé si sentí que estaba ingresando en un nuevo formato, suelo ir hacia la prosa, supongo que la diferencia abismal fue en la recepción, antes había publicado dramaturgia y poesía, cambiamos de estante y se amplió el espectro de personas leyendo.
– ¿Cómo conviven un árbol partiendo al medio una vereda y el teatro?
Estoy obsesionada con la contemplación del paisaje como teatro y con cómo la arquitectura y la trama urbana condicionan la escritura. La convivencia de las partes de mis inquietudes son aleatorias, no las elijo, tienen que ver con una observación emocional, la experiencia vital, mis referencias, desde Monet a Blanes Viale, Petrona Viera, Leonilda González, Lacy Duarte, Claudia Anselmi o Cecilia Vidal, pasando por Pipilotti Rist o Vera Chytilová. Un árbol en el patio de una casa es una imagen repetitiva en la historia de la escritura teatral, como en Chejov o Florencio Sánchez. La decisión de hacerlos convivir es un modo de asociación, por momentos casi de policial, sobre cómo se unen las pistas, el montaje de un museo o una película, el fondo sostenido por lo no dicho.
– Hay simbolismos como el constante derrumbe de la casa y la vejez que la va acompañando, ¿Cuáles son esos símbolos (si los hay) en los que sentís, “acá es donde yo me expreso como autora”?
Creo que hacia el final del libro me permito ciertas formas narrativas que se acercan a aquello que escribo cuando realmente sé que nadie va a leer, es decir, cuando escribo teatro, o al menos, las últimas obras que escribí. Pienso que nadie las va a leer porque no son fáciles de representar. Es en ese derrotero poético casi sin conectores que aparece aquello con lo que me siento más cercana a algo como una “autora”, en lo sonoro, en el montaje, no tanto en los simbolismos.
–¿Sentís que las familias son todas del tipo “robar un televisor el día de un funeral”?
Hay una fuerte tradición literaria cercana a lo familiar como arquetipo que aparece representada tanto en los folletines, como en las telenovelas, y mi educación sentimental está plagada de reminiscencias populares. No todas las familias son del tipo “robar un televisor el día de un funeral” pero sí podría suceder en una novela de Puig, Dani Umpi, García Márquez, Aurora Venturini, en Esperando la carroza, Grande pa o El sodero de mi vida. Lo siniestro siempre está al acecho en todas las familias, lo familiar extraño podría pasarle a cualquiera, la acción cambia, cambia el tono, pero se mantiene la rareza y la angustia.
– Una obra de teatro parece unir la familia, la obra con el hermano, ¿De qué lugar sentís que puede surgir la unión? ¿Cuál es tu intención a la hora de retratar esa especie de “unidad”? “El todo es lo que sostiene” decís en didascalias.
Hacer teatro es una excusa para relacionarte con un universo otro. Cuando la imposibilidad para vincularse es el único lenguaje compartido por dos personas que deben convivir juntas, las herramientas se vuelven difusas por el desgaste del intento, y a mí, que lo único que sé hacer es arte, se me da por ese modo de acercamiento, o un modo posible, que encontré en mi dificultad. Así, la comprensión desde lo colectivo extracotidiano aparece como fisura, se instala y acontecen modificaciones. No me interesa tanto el retrato de la realidad, la escritura es un modo de reflexión en tiempo presente, la unión surge de la invención, primero la ficción, luego la vida. Intento transformar el personaje, como en una novela básica, que haya una transformación, algo que se cuestiona. “El todo es lo que sostiene” tiene que ver con las maneras de interpretar, que no vaya por partes, permitirse la inmersión.
–Hablás de la sociedad uruguaya, de sus aspectos como, por ejemplo, una depresión inherente, ¿Considerás que tenés una búsqueda por retratar un tipo de sociedad?
Creo que a nadie le interesa Uruguay ni lo que sucede en Uruguay y es el lugar en donde viví la mayor parte de mi vida. Escribo en y sobre ese territorio y sus condiciones como forma de reflexión. ¿A quién le importa que Uruguay tenga uno de los índices de suicidio más elevados de Sudamérica? Creo que si un día nos suicidamos en masa nadie se entera, como mucho vendrán a la playa de vacaciones y les parecerá raro que no haya gente atendiendo en el supermercado. Hay algo de lo particular, un intento por lo particular, pero es poco lo que he encontrado, la depresión es una y creo que nos representa inmensamente. Hay algo de nombrar para hacer existir, una necesidad de formar parte del mundo.
– ¿Por qué Irse yendo y no “La casa del árbol caído”?
Porque La casa del árbol caído era el nombre que mi madre le puso a un grupo de whatsapp al que yo, antes, le había puesto La felicidad y no pienso permitir que un nombre que desplazó La felicidad sea el título de un libro. Además, no creo que la novela tenga un tema sino que se traslada y en ese movimiento de ir hacia, sin poder ir, estando, o estar por irse pero que nunca suceda dialoga con todas las partes de la novela y con un modo de vida que asumo bien oriental.
–”Las motivaciones son proporcionalmente nulas a la inmensidad de los modelos siniestros de producción” ¿cuáles son esos modelos siniestros”
Destruir casas, hacer edificios, vender monoambientes, tanto en manos de grandes empresas como del estado y el ministerio de vivienda. La intersección entre las formas que tuvo el desarrollismo progresista y cómo el neoliberalismo se apropia para extremarlo. Una especie de necrocapitalismo que se respira al vivir en las ciudades actuales. La falta de preocupación por cómo vivimos, la imposibilidad de la vida, los modos siniestros que establecen que no es posible acceder a una vivienda digna porque siempre hay intereses ajenos por delante de las necesidades básicas. La depresión absoluta que eso genera, la incapacidad para movilizarse, la desmotivación total de entender que no hay otra manera que peleando pero que esa pelea es difícil y puede que no suceda. La historia que se repite.
–¿Crees en los fantasmas?
No tengo que creer o no, hay fantasmas y experiencias paranormales. Puede que no sean fantasmas, que tengan otro nombre, pero sí existen ciertas energías condensadas que se manifiestan. Hace poco estuve trabajando en el Teatro Solis, en Montevideo, y ahí tienen un fantasma, dicen que en todos los teatros hay uno, pero la del Solis es brutal y le han sacado fotos. Armen Siria, una actriz de la Comedia Nacional, se subió al escenario y se pegó un tiro, dicen que fue muy difícil sacar la sangre del piso. Ese es un tipo de fantasma, pero los hay de distintas maneras, no tan literales quizás.
–Las adicciones y la muerte por adicción, como en el caso de uno de los personajes, ¿Sentís que las adicciones tienen que ver la violencia?
Hay varias muertes pero por cáncer, vejez y malformación. Creo que las adicciones te van consumiendo y en ese estado la violencia como la depresión aparece con mayor facilidad. Hay estados de la conciencia que se difuminan, eso puede ser interesante pero a veces se va de las manos y el control de las necesidades básicas, la forma primaria de relacionarse, el comportamiento respetuoso con los cuerpos desaparece y ocurre lo no conocido, que no siempre tiene un valor negativo pero muchas veces se hace violencia, una violencia innecesaria, dañina.
–¿Dónde está la gente que quisimos?
Adentro nuestro. La llevamos a todos lados, creo.
–¿Crees que todos tenemos un rol que cumplir?
Hay una imposición social por los roles que deberíamos cumplir y esos roles cambian según el género, edad, procedencia, clase social, etc. No creo que haya que cumplir un rol, pero sé que en este momento de mi vida debería condescender con varios. Sé que esto del rol que vengo a cumplir al mundo está en el libro pero no creo en todo lo que escribo. Es más, diría que desconfío de aquello que escribí para seguir haciéndome preguntas, escribir y no dejar de formular.
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