Hace unos meses que mi cuerpo no es el mismo. Pareciera que el piloto que manejaba mi central hormonal se desmayó, o fue reemplazado por un oompa loompa que no tiene la altura necesaria para apretar los controles. Dejando de lado el chiste: este desbalance me generó, como consecuencia, una serie de dolores menstruales como nunca los había tenido en la vida. Mes tras mes comencé a padecer un dolor que no me permitía llevar a cabo ninguna de mis actividades diarias. En un intento por terminar con esta situación, pase por incontables consultorios de profesionales que me devolvieron a casa con ibuprofenos y sonrisas piadosas acompañadas de un «a algunas mujeres les duele más que a otras» y hasta un «cuando tenés hijos se te acomoda todo». Decidí hacer un descargo con el enojo y
la angustia que tenía encima en mi perfil. No solo sacando a relucir la ausencia de empatía de los profesionales, sino planteando a esta dinámica como la base de una problemática
mucho más grande que preocupa a quienes ejercen la medicina y a los trabajadores de la ciencia, sobre la cual intentaré incursionar en esta nota.
Minutos después de publicar mi descargo recibí múltiples mensajes de conocidas, compañeras y amigas que me recomendaron un abanico de alternativas que oscilaron entre
la homeopatía, el yoga, la meditación hasta hacerme una ducha vaginal mientras mando a la mierda a todos los médicos blancos cisheterosexuales funcionales a la medicina tradicional igual de blanca y heteropatriarcal. Más allá de coincidir o no con los métodos, tenía un indicio de que no estaba sola. Muchas personas habían pasado por la misma desidia y mismas frustraciones que yo, y la solución que habían encontrado como contención se alojaba dentro de los círculos feministas.
Hasta acá buenísimo. A partir de plantear una vivencia hiriente se me acercan grupos de personas dispuestas a contenerme y brindarme un espacio en el «afuera». En lo alternativo, en lo disidente, y en lo disruptivo como forma de empoderamiento. Y acá es donde (creo yo) está el problema del que veo incansablemente a los fundamentalistas de la medicina
tradicional (y a los defensores de la evidencia y el método científico) quejarse. Se está generando una visión por parte de algunos sectores del feminismo en la que la segregación
de las mujeres y disidencias del sistema médico es vista como una señal de empoderamiento. Se adopta un discurso aparentemente disruptivo en el que la medicina tradicional es vista como patriarcal y hegemónica, para luego acudir a disciplinas pseudo-científicas en búsqueda de resistencia y reconquista del cuerpo. Ahora bien, ¿Es dañino que se haga un «campamento feminista» en el que dentro de sus atracciones
principales se encuentre un taller de astrología? Sí y no. Así como no es dañino anotarte en un taller de danza de la cuerpa y sanación del útero para pasar tus domingos, la asistencia
a estos talleres per se no implican ningún problema más que una que otra burla por parte de otros sectores más conservadores. Ahora, establecer a este tipo de talleres como bandera o
representación del feminismo, o venderlos como antipatriarcales, implica inevitablemente la construcción de un imaginario que nos enfrenta a las disciplinas tradicionales y nos asocia
directamente con la espiritualidad y el esoterismo. Y esto si es un problema. En el que quizás nos venimos enfrentando en más de una situación. Y es que no todo lo que no es hegemónico en antipatriarcal. Que por años las revistas «para mujeres» incluyeran si o si una sección del horóscopo no es porque seamos pelotudas. Es porque la división hombre-ciencia dura y mujer-espiritualidad/sensibilidad/maternidad (además de implicar un binarismo importante) es una de las bases del patriarcado. Y las corrientes del feminismo que nos invitan nuevamente a segregarnos de la medicina tradicional y la academia refuerzan los dichos conservadores de «la ciencia dura es solo para hombres». ¿Existen lógicas machistas en el sistema médico? Si. Abunda la violencia obstétrica, no hay lactarios en los hospitales para las personas que practican la lactancia, las personas trans están caídas del sistema de salud, las licencias por maternidad dan vergüenza.
Lo que me pregunto es por qué frente a estas circunstancias la solución parece ser dejarle este espacio a los varones y crear los nuestros por fuera, cuando en tantas ocasiones el motor de nuestra lucha fue arrasar y decir «acá estamos». Asegurar que la ciencia es patriarcal y que por eso debemos escaparnos de ella está peligrosamente cerca de volver unos años atrás a cuando se afirmaba que las disciplinas científicas eran cosa de varones. Desde el feminismo conquistamos muchísimos espacios, y es nuestra tarea elegir nuestras batallas y decidir cuáles son las áreas en las que nos hacemos falta y en las que necesitamos nuestra voz. Creo totalmente en un feminismo que vaya de la mano de la ciencia (con una ESI como la gente y un sistema médico que nos conciba sujetos de derecho) y en profesionales capacitados en materia de género. Exijamos que escuchen nuestras necesidades como pacientes, quienes estudiemos ciencias de la salud o exactas hagamos de nuestros espacios de estudio espacios feministas, llevemos a mujeres y disidencias en situación de vulnerabilidad la posibilidad de estudiar estas disciplinas. Necesitamos al feminismo en estas áreas para reapropiárnoslas y transformarlas desde adentro. Cómo todos los espacios en los que nos violentaron y nos expulsaron. Cómo todos los lugares a los que se nos negó la entrada por considerarnos incapaces. Cómo todos esos espacios en los que irrumpimos yen los que fuimos existiendo. Porque lo deseamos, porque el acceso a la salud es nuestro derecho y porque nos hace más libres.
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