Hace unas semanas, Agus, una amiga muy cercana, me comentó la idea de que un hombre escriba un texto sobre masculinidades, vulnerabilidad, feminismo y cambio social para esta bella y emergente revista. Pensé en pasárselo a algún conocido, pero no, se ve que pensó en mí y con orgullo, honor y algo de temor, aquí va mi mirada.
Teniendo siempre presente dónde está mi lugar, y en consecuencia, dónde está el lugar “del hombre”, hace días que no encuentro qué decir, qué poner, dónde hacer el foco. Haciendo memoria empecé a pensar dónde me sentí atravesado, dónde me encontré como víctima de alguna presión social y forma de crianza o educación, dónde lastimé, donde fui cómplice y hasta dónde lo y me lo permití. Creo que nunca se termina “la deconstrucción”, porque lo que me pasó fue: “che… desde que naciste te criaron para que cumplas con las típicas características que debe tener un hombre. Te hago un pequeño comentario: vas a sentir la necesidad de replantearte todo e intentar cambiarlo. Y está bien”.
Muchas veces esas características me han traído conflictos y discusiones conmigo mismo. Un debate interminable que viene acompañado de una sensación de extravío bastante grande. Hay pocas cosas claras, una de ellas, mi propio vivir y sentir.
Voy a contar una historia personal: hace años que no estoy seguro de cuál es mi orientación sexual. Un proceso en su mayoría pesado, intenso y una caja interminable de emociones, pensamientos y miedos.
Tengo una especie de dos “yo”. El racional progre fanático de “Cualca” que casi ni le es problema este tema: ¿dudas sobre tu orientación sexual? ¿Siglo XXI año 2020? Pero, hombre: hay cosas más importantes, no jodas. Be free. El segundo cala un poquito más profundo, está más conectado con su infancia y su adolescencia. Se asemeja más al mejor intérprete para el peor personaje hombre hegemónico hetero de una serie de ficción juvenil de los años 90’s. Carga con varias situaciones y experiencias vividas que, mirando ya con el diario del lunes, podrían haber sido más sanas. Este mundito está un poco más conflictuado.
Después de años, recién estos últimos meses, he decido enfrentar este tema. No por ello hacer algo necesariamente público y radical, un proceso muy íntimo y tranquilo. Por primera vez en mi vida, y cuando hablo en mi vida, lo digo literal, estoy tranquilo con este tema. Hace meses y años esto era una tortura diaria, la simple duda, el no saber, el no experimentar, el cuestionamiento constante… se me hacía una tortura. Llegó un punto donde estuve mas grande y “la vida” me llevo a diferentes pensamientos y cuestionamientos que se me hacían muy difícil negar (acción que practiqué comprometido, cual ortodoxo a la religión, por mucho tiempo). Empecé a leer cosas que rompían y cuestionaban mi manera de ser conmigo mismo y con otrxs. Comencé a crecer y eso incluye muchas cosas, por momentos demasiadas. Nuevos deseos, nuevos pensamientos, nueves amigues, nuevas realidades. Crecí y conocí un nuevo mundo. En ese nuevo mundo me costaba más hacerme el nabo, algo me estaba pasando. Y no era algo necesariamente “normal”. No me habían enseñado a manejarlo y sabía implícitamente que tenía que tener cuidado porque podía salir muy lastimado de la situación. Lo desarrollé por mi cuenta y me acostumbré a vivir así: negado, angustiado, enojado y sin sentimientos. Una vida sin exposición, sin vulnerabilidad. Una donde se calla tanto cuando hay tales gritos, no es vida.
Se me hace casi natural relacionar todo esto con el feminismo y los nuevos procesos porque, de una manera u otra, me puso en jaque. Tanta discusión, tanto cuestionamiento, tantas charlas, tantas nuevas visibilizaciones y tolerancia, me puso en evidencia conmigo mismo. Me sentó en mi silla mental a charlar con mis dos “yo”, unas charlas postergadas y dolorosas. Y de la misma manera que me puso en evidencia, me envalentonó. Tanta fuerza colectiva y social, tanta empatía, algo me movió.
La situación desencadenó en una cálida noche de marzo por la madrugada llorando solo en mi cama después de entender que había decidido enfrentarme a mí mismo, a mi orientación sexual y todo lo que ello conlleve. Les aseguro que un llanto de horas fue menos dramático de lo que me había imaginado para mi propio ultimátum. La historia no tiene fin porque básicamente mientras leen están siendo contemporáneos a mi proceso, quizás en una próxima edición les pueda comentar algo más, o quizás no porque no me interese.
Si hay un lugar incómodo “común” para un joven adolescente con masculinidad frágil es el grupo de futbol y del colegio. El típico grupo de hombres donde se habla de “minitas”, culos, drogas, salir a bailar y escabiar hasta quedar inconsciente, apoyarse entre hombres, tocarse el pito y decirle “puto” al otro. Un lugar que, entiendo, nunca me incomodó del todo. Es decir, seguramente haya habido situaciones donde mi cara no fue la más feliz, pero es un lugar que, hoy mismo en este contexto, puedo volver a estar pero con otra consciencia. Un lugar que no ha tenido mayores particularidades extras a las comunes que identifican a tales grupitos de chabones.
Por momentos tuve suerte por encajar sin mucho problema, por momentos eso mismo lo condenó a que sea un calvario. Una actuación eterna que confundía ficción y realidad. Confundía el principio y el fin de la performance. Esperable confusión cuando la misma está impuesta casi de nacimiento. Que molesto no saber cuándo perdiste tu esencia, porque ojo que, si todo el tiempo actúas de otro, te convertís en eso. Un espacio muy sugestionado el cual me ha dado miedo. Un lugar que sufre mutaciones día a día y por momentos un lugar que no debe volver a existir ni debe reproducirse.
Seguramente haya contradicciones en todo esto y las abrazo y las charlaré con mis fieles compañerxs de discusión y reflexión: mis amigues. De todos modos, hay puntos en común que también nos ponen en jaque a nosotros los hombres y nuestros típicos grupitos de hombres con olor feo: hasta dónde nos bancamos cuestionarnos. Hasta dónde dejamos avanzar todos estos cambios. Hasta dónde le digo a mi amigo que “no es por ahí”. Hasta dónde somos cómplices. ¿Nos bancamos hacernos responsables de todo lo que hemos reproducido en el pasado y en nuestro día a día? ¿Porque nos cuesta tanto desligarnos de nuestro escudo protector “natural” que nos priva de, entre otros pequeños detalles, ser nosotros mismos?
Entiendo que, incluso a nosotros, el patriarcado nos oprime y nos limita en muchísimos aspectos. Claro que hay un abismo entre no poder caminar a la noche sola, sufrir violencia y abusos, hay un abismo con la cantidad de femicidios en argentina y en el mundo. No es mi intención comparar ni abordar este tema puntual. Solo comento: a nosotros, “hombres”, también nos afecta. Y de una manera u otra, lo sabemos. El tema es porqué seguimos estando cómodos en un lugar tan incómodo.
Porque no podemos llorar, es de puto. Porque no podemos abrazar a un amigo, porque es de puto. No podemos bailar, no podemos cantar, no podemos no jugar al futbol, no podemos dudar. No podemos querer, no podemos, básicamente, vivir. Porque la elección de que las emociones no deben ser parte de nuestra vida, que el estar vulnerable pone en jaque a nuestra sexualidad, que no podemos fallar, que siempre tenemos que ser excelentes en el sexo, tomar la iniciativa, que tenemos que tener un pito avasallantemente grande, que no podemos tener miedo de coger, que tenemos la obligación de querer hacerlo, que nos tienen que gustar tooooodas las mujeres, que jamás nos puede atraer un pibe, es una serie de ficción que nos auto condenamos a vivir. El vivir sin mostrarnos o “ser” vulnerables tiene más perdida que ganancia. Porque en ese camino de no mostrarnos o jamás permitirnos quedar “mal parados”, ese camino tan opresor, perdemos muchas cosas. Un camino angustioso e irreal que solo decidimos seguir transitándolo por voto propio. La ironía de emborracharnos o fumar y desinhibirnos para poder llorar o decir “te amo”. Mentirnos y mentirles a nuestros amigos sobre experiencias íntimas y diferentes sentires y que nos salga de forma natural. Que tengamos un pacto implícito de no emociones es de las peores condenas para cualquier persona y más cuando del otro lado, y aquí lo aseguro por vivencia propia, espera la satisfactoria y sorpresiva apertura de ojos. Un estallido grande de euforia, incertidumbre, felicidad y también, y está bueno permitirlo, dolor.
Al lado nuestro hay una revolución de la cual no nos corresponde ni voz, ni voto y solo perdemos nosotros si no nos avivamos. ¿Por qué nos cuesta tanto como hombres (onvres) poder ver esto? ¿Por qué nos cuesta tanto crear un espacio propio donde podamos estar dispuestos a discutir, debatir, cuestionarnos y buscar un diálogo sano? Que nos sea tan difícil darnos el lugar a reflexionar y que siempre que lo hagamos tengamos que buscar amigas mujeres no es casual. Que comencemos a hacerlo porque ellas nos llevan a hablarlo no es casual.
Supongo, entiendo, imagino, que es porque debemos ponernos en un lugar incómodo, porque lo es y de diferentes formas: primero no ser protagonistas, no somos parte fundamental del gran cambio que hay (primer cacheteada), dos: la venimos cagando (porque decir algo liviano) hace mucho, tres: somos cómplices y responsables de todo nuestro contexto. Y esto no va a: somos los culpables y somos unos soretes (algunos sí) si no a modo de hacernos cargo de lo que somos, lo que nos enseñaron, lo que creíamos real y en lo que afectamos. Cuatro, último y posiblemente el más importante: cuando salgamos de este pozo no vamos a tener dónde estar parados. Terreno desconocido cuál húngaro en estación Retiro.
No sé exactamente qué pretendo, ni a dónde voy, porque tengo (y dudo ser el único) bastante incertidumbre. Invito a la reflexión y al cuestionamiento, primero propio y personal, de lo que más cuesta, y luego el colectivo. Con amigxs, con papucho, el duro papucho que nunca lloró, un familiar, tu vieja, quien sea. El escuchar qué tiene para decir le otre. Escuchar, porque, al menos a mí, charlar con otres me abre cada día un poco más los ojos.
Son tantas las cosas a cambiar y cuestionar, que debería tener una sección de cuatro hojas con letra en tamaño 20 todos los días en los principales diarios latinoamericanos. Y por ahora no sucede. Asique me conformo, y feliz de ello, de contarles todas las contradicciones y pensamientos que me surgen a mí: lo único que puedo asegurar. Pequeñas certezas como mis vivencias.
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