Barbra Streisand es la actriz que le mostró al mundo que no es necesario encajar en los preconceptos de nadie para llegar tan lejos como uno quiera. Con su voz, su belleza y ambición, arrasó sin dejar que nadie le dijera qué camino seguir: la única escala de valor que siguió fue la suya.
Desde siempre, existe un cierto estándar de belleza que, por alguna razón, llamémosla una implícita y omnipresente presión social, sentimos el deber de seguir si queremos alcanzar una “mejor versión” de nosotros mismos. Es la historia más vieja del mundo: el patito feo un día se arregla el pelo, se maquilla, se pone ropa más linda, y por fin pasa a ser digno de recibir todas las miradas. Esa no es esta historia.
Esta es la historia de la mujer que demostró que no es necesario encajar en los parámetros de Hollywood para llegar tan lejos como queramos: Barbra Streisand, que antes de ser el ícono que es hoy, era Barbara, con A. Nacida en 1942 y criada en Williamsburg, Brooklyn, supo quién era desde muy chica. Desde crecer escuchando a su abuelo cantar por la casa en la que vivía con él, su abuela, su mamá y su hermano, hasta pasar las tardes en los escalones de calle, armonizando al ritmo de “A Sleepin’ Bee”, supo que su vida iba a ser el espectáculo. Y que iba a ser la mejor.
Con la convicción de querer actuar y con un sueño por cumplir, se fue a vivir a Manhattan a los 16, después de recibirse temprano de la secundaria. Su siguiente acto de rebeldía fue en 1960: a sus 18 años, cambió su nombre a Barbra. Ese mismo año su talento la llevó a conseguir sus primeros shows en el club The Lion. ¿Conocen esa parte de la película donde la protagonista canta y deja todo en su voz, para abrir los ojos luego de la última nota y ver al público en silencio, embobado justo antes de estallar en aplausos? Eso es lo que pasó con Barbra. ¿La mejor parte? Nunca había tomado una lección de canto en su vida. “De una belleza poco convencional”, “Excéntrica”, son lo que la gente comenzó a decir al referirse a ella. Seguidos de un “¿Pensas hacerte algo en la nariz?” Pero ella era una chica judía de Brooklyn sin ganas de alterar su nariz ni nada en ella sólo porque la gente se lo sugiriera. Solo por “quedar mejor”.
Así Barbra comenzó a presentarse en más y más clubes; hasta que lograra conseguir algún papel en alguna obra, ella iba a seguir cantando. Y ese día llegó: debutó en Broadway con I Can Get It For You Wholesale, en 1962. Obra en la que, dice la leyenda (o más bien los críticos), literalmente detuvo el show. Desde ahí, todo fue cuesta arriba: un contrato con Columbia Records en el ’62, su primer disco y dos Grammys, apariciones en TV, más discos, un casamiento, y en 1964 llegó lo que la consagraría como una de las estrellas más importantes del espectáculo: Funny Girl en Broadway. Desde “I’m The Greatest Star” hasta “Don’t Rain On My Parade” las palabras de Fanny se mezclan con las de Barbra. El testimonio de su personaje refleja lo que ella tenía para decir de sí misma. Como Fanny, al no acomodar su apariencia ni su actitud a lo que esperaba la industria, Barbra demostró quién era y que nadie, salvo ella, podía definirla.
En 1968 filmó su primera película, Funny Girl, ganando su primer Óscar. El hecho de su debut en el cine haya sido con una primera escena en la que se topa con un espejo, y al verse se dice a ella misma “Hello, Gorgeous”, es sin dudas la mejor imagen para hablar de lo que Barbra Streisand iba a representar. Sin importar el rol, se encargó de dejar su marca en cada papel: una mujer que no permite que las expectativas de otro le digan qué tiene que modificar. Fanny Brice sabe quién es, y convence al resto de que la vean como ella se ve a sí misma: una estrella. Barbra buscó que sus películas tuvieran un significado, lo que logró a través de su compañía de producción, Barwood Films (1972), con films como Up The Sandbox (1972), Yentl (1983), The Prince of Tides (1991). Con su arte habló de causas en las que creía, y de paso demostró que ninguna convención de belleza no podía encasillarla. En todo, Barbra fue indiscutiblemente ella.
Al principio, a Barbra la consideraron “demasiado judía” y “demasiado Brooklyn” para las discográficas. Más tarde, la trataron de “diva” por ser autoexigente con su trabajo. Siempre prefirió actuar en cine más que en teatro porque sufre de pánico escénico. Irradiaba una seguridad que al mismo tiempo le costaba mantener viva. Pero Barbra fue, en cada proyecto, eso que quería ver en ella misma. Trabajó para conseguir todo lo que se propuso, a pesar de estar llena de miedos. Nunca ocultó sentir esas cosas. En 60 años de carrera, Barbra sacó más de 60 álbumes. Actuó, dirigió, produjo y escribió películas que la llevaron a ganar otro Óscar, Golden Globes y más. A eso sumémosle un Tony, varios Emmys y más Grammys. Su activismo, con The Streisand Foundation (creada en 1986) por la defensa de los derechos de las mujeres, la comunidad LGBTQ+, el medio ambiente y el antirracismo, muestra que Barbra fue una marca para cada causa en la que creyó. Se elevó por encima de todo un mundo de preconceptos que le repetían que tenía que alterar algo en ella para lograr dejar una huella.
Barbra Streisand, como todo el mundo dijo alguna vez, no es la norma. Aunque no estaría mal si lo fuera: la norma debería ser crecer sin una imagen que reproducir y un modelo que seguir más que el nuestro. Esto es lo que Barbra significa en este mundo: la estrella que llegó a brillar cegadoramente porque el 100% de ese brillo fue suyo. Sin adaptaciones. Porque en todo lo que hizo, Barbra fue indiscutiblemente ella.
Juana Torres Astigueta nos recomienda Up The Sandbox
Trata sobre una mujer que, al verse aburrida y encerrada en el rol social que ocupa como esposa y madre, encuentra en sus fantasías un escape y cuestionamiento a su forma de vida. Este film acerca de la liberación del lugar de la mujer es la primera producción de la compañía Barwood Films, fundada por Barbra en 1972.
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