¿Es muy ingenuo pensar que el arte puede atravesar y llegar a ser arma comunicacional y sensorial para nuestros ojos y realidades e ir más allá de la hegemonía capitalista?
Como industria capitalista productora de películas, el cine, puede llegar a ser también una herramienta con fuerte influencia en orden de las masas.
El cine como expresión inherentemente social, puede ser un canal por el cual observar una interpretación del sistema político. Puede revelar sus conflictos a modo de crítica y denuncia: como también perpetuar su naturalización.
Es prácticamente imposible separar el proceso creativo y los procedimientos burocráticos y empresariales de la industria del cine: podemos compararla con una fabrica.
Toda obra artística en el capitalismo termina siendo reducida a ser un producto, una mercancía. Se le quita su valor analítico y subjetivo para seguir siendo un producto de alienación de las masas.
Mas allá de si el producto trae o no a discusión una ruptura de la hegemonía del sistema -como en las vanguardias soviéticas donde se podía descubrir un mensaje propagandístico de la revolución-, la obra en sí reproduce ideas y practicas culturales y sociales que generan una catarsis en el espectador.
Se pone en juego el valor de una imagen y su potencia revolucionaria. ¿Cuál es el fin de un film? ¿Asemejarse a la realidad o inventar una nueva? ¿Reproducir la forma en la que las personas perciben la realidad o proponer una nueva perspectiva? Tal vez ambas.
El cine es productor y reproductor del capitalismo y de la sociedad en general de una forma dual. No solo su producto -el material fílmico- contiene intrínsecamente los valores culturales de la sociedad, sino que también en la dinámica del rodaje. El capitalismo se desliza no solo en el producto audiovisual sino también en su producción.
El cine, como todo arte, tiene 2 puntos que construyen y, a la vez, condicionan a la obra: la experiencia estética y el mensaje que se quiere dar.
La experiencia estética, es una experiencia única e irrepetible. El capitalismo, con la reproducción infinita de la técnica y la producción de mercancías, roba y aniquila la experiencia, de lo bello. En la reproducción y sistematización del arte se encuentra su propia destrucción. En esencia el arte busca sorprender, con la reproducción técnica se diluye esa posibilidad.
Que la experiencia estética se convierta en una experiencia que rompa, en el día a día, los sentimientos de cotidianidad. Buscar una revolución de las ideas en el hacer y en el consumir arte, eso podría ser un esfuerzo por superar la monotonía a la que nos condena el sistema.
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