En Ceceño nunca se vio una gota caer , un trueno sonar o un relámpago iluminar el cielo. Nadie sabía que era la lluvia, a nadie le importaba y nadie quería saberlo.
Ceceño es un pueblo escondido entre los valles de Europa, un lugar aburrido, descolorido nunca cambiante . Los pastos secos y árboles pelados evitan el pasar y el canto de los pájaros. Las chozas de cemento deforme son los hogares de estos habitantes agrios y vacíos, sin emociones descontroladas o placeres enormes. Los residentes de Ceceño llevan vidas regulares llenas de un solo sentimiento de constante de indiferencia y paz no armoniosa.
El cielo, repleto y cargado de nubes grises y bajas, casi tocando las copas de los árboles, da la impresión de una constante invasión y ahogamiento.
Una tarde de otoño en principios de octubre pasó por enfrente de la iglesia, igual que un rayo, Geremias Ward de pelo marrón ondulado y hasta las orejas, su nariz característicamente apuntando ligero al cielo y sus largas pestañas con su blazer azul oscuro del colegio, que le quedaba grande, volando flameante por la velocidad de su bicicleta plateada.
En el número 74 de la calle Wober, Ivan Jinke de 14 años, cara tan alargada como su cuerpo, pelo muy claro y fino y su inmensa nariz estaba tomando su merienda mientras hojeaba un libro sobre aves del amazonas cuando vio una bicicleta plateada siendo pedaleada por unas piernas con pantalones dos tallas más grandes
“IVAN, LEVANTATE YA” gritó Geremias.
“Que?! No, que pasa?!” Ivan chilló con su voz adolescente tan inestable.
“Vamos a la represa” dijo Geremías tan persuasivamente que Iván no tuvo opción más que levantarse y subir a su bicicleta roja tan reluciente.
La represa era el lugar donde se conocieron, Geremias estaba ahí sentado de un lado del agua, tirando piedras con una angustia y un enojo que lo obligaban a tirar gritos cada tanto, Ivan estaba ahí porque escuchó golpes y gritos viniendo de la represa.
Un Ivan de 12 años se acercó a un Geremias de 14.
“El eco hace que se escuche todo” le dijo Ivan acercándose.
“No me importa, que todo Ceceño me escuche”
“Porque estás gritando?”
“Me hace bien, me pone tranquilo”
Ivan se sentó al lado de Geremias y despues de dos minutos de silencio, Ivan larga un enorme y fuerte grito.
“Tenes razon, ayuda. Queres merendar en casa?”
En esa merienda eterna, hablaron como si no hubiese un mañana, como si cada palabra que salía de sus bocas generaba querer saber mas del otro, una conexion.
Después de cruzar el pueblo de calles secas Ivan y Geremias doblaron en el caminito escondido entre las montañas y comenzaron a pedalear por las vías abandonadas del tren, uno en cada carril, jugando a las carreras.
Ivan pedaleaba, Geremias pedaleaba aún más fuerte, sin parar los dos se sentían competidores de primera. “WARD Y SUS PIERNAS VELOCES PASAN VOLANDO AL PASAR A JINKE” anunció Geremias imitando a un relator. “NUNCA SEÑOR WARD, IVAN JINKE NUNCA PIER-”
Geremias, enfocado en su pedaleo no se dio cuenta que Ivan se encontraba ahora estatico.
“Geremias. Me cayó una gota”
Esa frase le dio lugar a un trueno tan pero tan fuerte que todos los pájaros de los árboles secos salieron volando y gritando. De repente, una lluvia torrencial, sin piedad empezo a caer.
Los chicos sabían donde ir, el refugio.
Empapados, asustados y rápidos, fueron pedaleando al refugio, una choza de madera que encontraron en el bosque y la nombraron suya.
El cielo oscuro, iluminado cada tanto por rayos y relampagos, la lluvia en sus caras, dura y fria, el viento fuerte con hojas y ramas, hacían que Ivan Y Geremias empiezan a gritar desesperados.
“ABRI YA, DALE”
“NO VEO NADA»
Los truenos fuertes impedian que se puedan escuchar con claridad. Harto de intentar abrir la puerta, Geremias agarró una piedra y rompió la ventana, le hizo piecito a Ivan, él, catapultado hacia adentro se cortó la pierna con los vidrios, Geremias saltó por la ventana y cayó encima suyo.
El refugio estaba a oscuras, sillas y muebles rotos polvorientos largaba olor a vejez y descuidado.
La primer lluvia. La primer tormenta en la historia de Ceceño y pasa acá, hoy, ahora.
Los chicos, encerrados entre llanto y oscuridad, temblaban como las ventanas cuando suena un trueno.
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