A cuarenta años del retorno de la democracia, la Revista Minerva nos convoca a reflexionar sobre la noción de soberanía desde nuestro lugar de librerxs.
No es fácil establecer un vínculo con un concepto tan ligado a lo
territorial, a lo económico y a las relaciones internacionales. Nuestro ámbito sería el de la soberanía cultural, aunque, de nuevo, el término nos predispone a posicionarnos en un nivel Estatal, un lugar que no es
el que ocupamos. Aunque sí es posible a partir de esta idea pensar otros diálogos, una microsoberanía (no exhaustiva) al interior del sector editorial.
Pensar la soberanía desde las librerías y el sector editorial apunta sin duda a fortalecer a nuestro mercado. Hay políticas públicas que en los últimos años se han ocupado de otorgar más visibilidad a la industria editorial argentina en el exterior, a través de promoción para las traducciones[1] o de apoyo a editoriales para la exposición en ferias internacionales[2], por ejemplo. Ferias, festivales y certámenes de primera categoría en nuestro país también nos posicionan como un interlocutor relevante en el plano internacional.
Por su parte, las librerías —en Buenos Aires pero también en Córdoba, Rosario, La Plata, Bariloche, Mar del Plata— vienen desarrollando un trabajo con mucha efervescencia, dotando de un impulso y dinamismo a buena parte del sector, y son el escenario ideal para ensayar políticas, programas o acciones a largo plazo. Las librerías piensan en torno al libro (en términos de condiciones de producción, circulación y recepción) todos los días, todo el tiempo.
Dos nociones han irrumpido en los últimos años: comercios de cercanía —a partir de la pandemia— y librerías de barrio, ésta como correlato de la primera. Ambas se entremezclan con otras nociones como librería
de autor, librería boutique, librerías independientes. En general suelen hacer referencia a un tipo de librería que trabaja de manera más seleccionada su oferta y de un modo más detenido, o profundo, el
vínculo con el lector o el cliente. También es posible pensar a estas librerías en contraste a las librerías de cadena, más orientadas quizás al volumen comercial pero menos interesadas en el aspecto cultural, simbólico, del libro.
Medio Pan y un Libro surge en el año 2018 como librería online y
desde 2019 se instala en el barrio de Villa Ortúzar con local a la calle.
Puntualmente en las esquinas de 14 de julio y Virrey Avilés. Desde
allí, hace ya cuatro años, la librería se transformó en un espacio de referencia para los vecinos y vecinas del barrio. Pero no solamente eso, sino que se muestra en la continua tarea de animar el fuego de las ideas, la conversación y los idas y vueltas entre lectores, editores, escritores, talleristas, ilustradores, etc. que hacen circular sus obras, su producción.
Como libreros1, en Medio Pan y un Libro trabajamos de manera muy cercana al público. Nuestra oferta consta de alrededor de unos cinco mil libros, una proporción más bien pequeña en relación a otras grandes librerías de la ciudad. Este catálogo, sin embargo, nos posibilita
también trabajar de un modo estrecho con las editoriales. Cercanía con los lectores y cercanía con las editoriales hace que el trabajo de mediación que llevamos adelante, entre un lector y un libro, intente
ser más especial, más eficaz, argumentado y no librado al azar.
Si pensar la soberanía es fortalecer un mercado, el trabajo que hacemos las librerías de barrio consiste en dar cuenta de un estado de situación de la producción editorial: los temas que se están tratando, el tipo
de edición gráfica que se está haciendo, las formas de la escritura o los géneros que predominan, las colecciones que más gustan… Las librerías permiten, todo el tiempo y a toda hora, algo tan simple como indispensable: comparar. Esa comparación (entre libros, temas,
estilos, narrativas) es un punto de partida para el ejercicio de la crítica cultural, literaria, editorial.
Las librerías somos un nodo que conecta la diversidad de la producción editorial de nuestro país. Unimos lectores y somos interlocutores para pensar al mundo del libro. Nos visitan tanto clientes como profesionales
del libro que ensayan, practican, tantean, miden su producción en
nuestros espacios. Una hipótesis, no muy arriesgada, para explicar el posible boom [3] de librerías de barrio, es que éstas son la extensión que necesitaban las editoriales independientes —que hacen un trabajo sobresaliente desde hace al menos quince años— para consolidar su circuito de visibilidad y exposición.
La idea de soberanía entonces, desde el mundo del libro, debe ir ligada a la revalorización del producto libro como un producto simbólico y no netamente comercial. Es ahí donde las librerías pueden ejercer,
reclamar, su soberanía. Hacer circular aquella literatura que rompe con el libro mejor publicitado, el libro mejor colocado en una preventa o club
de lectura, o en un artículo periodístico. El librero, desde su pequeña nación, debe ejercer la soberanía frente a los posicionamientos que
provienen desde otros sectores de la industria.
Para ello, dispone de una herramienta central para el ida y vuelta: las expresiones orales, gestuales, el cuerpo, la presencialidad, el tiempo y
el acompañamiento de todo el espacio físico de los libros. Los libreros pueden mantener charlas extensas durante días con sus compradores y construyen un camino que no es aleatorio según las lecturas que sus clientes le soliciten. De ese modo ejerce su microsoberanía con respecto a las editoriales, las distribuidoras, los corredores, la prensa,
influencers y “agitadorxs”.
El librero se mantiene independiente (soberano) a las recomendaciones literarias de influencers, se mantiene independiente a la campaña de
marketing de la editorial y se mantiene independiente también a la crítica literaria especializada. Mantenerse independiente no significa de ningún modo ignorar o no valorar esas expresiones profesionales, que pueden ser más o menos comerciales, más o menos simbólicas.
Pero al conocer mejor a su clientela, a sus lectores, el librero lee y conecta con un algoritmo propio, que comienza con la selección del catálogo, sigue cuando llegan las cajas y
cuando ordena los libros en la estantería, con la lectura, cuando hace vidriera, cuando
arma la mesa…
Esta repentina (y bienvenida) multiplicidad de librerías de barrio —qué quizás existieron
siempre pero ahora en llamativa cantidad y calidad—, no hace más que confirmar que somos verdaderos laboratorios, de estudio y de experimentación, para el sector editorial; y los libreros, agentes nodales
para la conexión, no ya solamente con los lectores, sino con todos los eslabones de la cadena de producción del libro.
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