Sobre la vida no tengo mucho para decir más que soy inútil para ella.
Cuando era niña,
tenía la costumbre de subir hasta el punto más alto de las colinas que merodeaban la pequeña cabaña en la que vivía.
Lo hacía sólamente para luego volver a descender.
La velocidad con la que mis piernas descendían de esas colinas,
me hacían pensar que tal vez no era humana, porque,
a diferencia de los demás seres de mi supuesta especie, yo, tal vez, podría volar.
Yo iba hacia las colinas para recordar que tal vez podría volar.
Lo que nunca hemos podido soportar del cielo es que es inocente y que tal vez nunca quiera decirnos nada.
Eso o, que, al menos, nunca podremos verdaderamente descifrar sus signos.
O, que, tal vez, la única manera de saber de él siendo humanos sea, sencillamente, mirándolo.
Hubo una vez, duró sólo un instante, en la que tuve la certeza de ser la única persona en todo el mundo que estaba mirando el cielo.
Sentí una quietud que me oprimió el corazón.
El cielo es el silencio entre la tierra y todo lo demás.
Yo quise pertenecer a ese silencio.
Pero el cielo no es terreno de los humanos.
Sobre la vida no tengo mucho para decir más que soy inútil para ella.
Soy inútil para la vida y por eso quise vivir en el cielo.
Yo no tengo la fuerza para que el mundo me importe
y si vivo en el cielo el mundo puede no importarme.
El paracaidismo nunca me interesó, tampoco ser aviadora.
Todas esas experiencias me parecían de aficionados.
Yo lo que quería era vivir en el cielo.
Y una vez se me dio por pensar
que ya que nunca podré ser una nube,
y ya que nunca podré ser el sol o una estrella fugaz,
o al menos la luna,
y ya que nunca podré ser un pájaro,
ni tampoco una mariposa o siquiera una mosca,
entonces dedicaría mi vida entera a ser astronauta.
Arrojé todo lo que había construido hasta entonces y nombraba vida a la basura.
Me encerré durante meses y meses a estudiar ingeniería-astrofísica-nuclear hasta que me otorgasen una maestría.
Y lo logré.
Entonces trabajé en un call center, en un turno de 24 horas diarias, los 7 días de la semana,
hasta ahorrar dinero suficiente para comprarme un pasaje hasta la Nasa.
Y lo conseguí.
Y cuando estuve frente a la puerta de la mismísima Agencia Espacial Estadounidense,
no les pude entender ni una maldita palabra de lo que decían y, es que, recién una vez ahí,
me di cuenta de que yo, bueno, no hablaba ni una jodida palabra en inglés.
Entonces me digné a bajarme una de esas aplicaciones para aprender idiomas,
y me metí en un mcdonalds, y me compré un café a precio de promoción,
y no despegué mi cara del telefóno hasta poder dominarlo a la perfección.
Y una vez que lo hice,
me dirigí nuevamente hacia la puerta de la nasa.
Hice todas las pruebas, rendí todos los exámenes,
pero me rechazaron.
Entonces quise que el pájaro más gigante del mundo me creyera su cría,
o al menos carne para alimentar a las verdaderas.
Y me arrojé en el desierto, desnuda.
cubrí mi cuerpo de plumas,
y con un alicate tracé una línea en mi pecho,
para que sangrara,
y yo pudiera parecer algo sin cuidado de sí,
ofrecerme débil, lista para ser tomada.
No me hubiera importado que el pájaro más gigante del mundo
hundiera sus garras en mi abdomen
hasta llevarme hacia su nido,
o para llevarme a su boca.
Yo hubiera volado debajo de su vientre
y el latido de sus alas sonando
tan cerca
interrumpiendo el viento para decir
el cielo es esto en donde impacto.
Pero permanecí en el desierto demasiados días,
más de los que se necesitan para comprender
que ningún pájaro me tomaría,
ni para cuidarme ni para devorarme.
Y fueron tantos los días en los que permanecí sin alimento,
que supuse que pesaría ya lo mismo que una pluma,
que sería más liviana que el aire.
Y entonces, tal vez, finalmente, todo eso hubiera valido de algo.
Usé mis conocimientos en aerodinámica,
e intenté correr sobre la arena a una velocidad tal que me permitiera
ser remontada como un barrilete de papel.
Pero el viento no me levantó,
aún tenía el peso de una humana.
Ciertos días amar la vida es un fastidio.
Sobre todo cuando no se soporta la forma que te fue dada para existir en ella.
La vida quiso que fuera humana,
pero lo que piensan y dicen los humanos no me importa,
no sé como hablar con ellos, cómo vincularme,
y en verdad, sólo me hacen daño.
Yo debía poder vivir en el cielo para demostrar no ser humana.
Y entonces me dispuse a sacrificar mi anatomía.
Cosí alas de aviones en mis brazos,
atornillé hélices de helicópteros a mi cabeza,
imité con metal las alas de un halcón
y las soldé a mi espalda,
confeccioné la capa de un superhéroe,
la até a mi cuello.
Fui en busca de un acantilado, me tiré de él.
Pero caí.
Y aunque por mucho tiempo mi cuerpo fue violáceo por los cientos de moretones,
y aunque aún tengo tatuadas cicatrices que dibujan rieles de tren,
no sufrí lesiones graves.
Casi un milagro, dijeron los médicos,
que mis huesos son fuertes,
no como los de un ave.
Entonces pensé en morir y convertirme en un ángel.
Pero antes debía ver uno.
Y entonces fui en busca del árbol más inmensamente alto que existiera
y lo encontré y lo trepé hasta su cima
y sin embargo no vi ningún ángel.
Y entonces fui en busca de la montaña más inmensamente alta que existiera,
y la encontré, y la escalé hasta su cima,
y sin embargo no vi ningún ángel.
Siempre había creído que
algo que aunque lejano era próximo
era el paraíso
pero sin embargo no había visto ningún ángel asomándose entre las nubes,
y si dios no hacía aparición ahí entonces era porque no existía.
Y si el paraíso no era algo que me esperaría, entonces decidí que era mejor aún no morir.
Fue entonces, en el exacto momento en el que creí haber perdido la esperanza,
que pensé que lo único exactamente proporcional a un astronauta es un submarinista,
y que el punto más lejano del espacio exterior podría ser también
el punto más profundo del océano.
Seré una submarinista, me dije.
Seré una submarinista,
me enterraré en el agua como todo lo que a un pájaro rodea.
Si verdaderamente te importa el mundo, entonces jamás serás apto para soportar la vida.
Seré una submarinista porque soy inútil para la vida.
Entonces fui hasta una base del ejército
y les rogué que me enseñaran todo lo necesario para construir un submarino.
Y lo hicieron.
Y lo construí.
Yo nunca quise pertenecer a la tierra.
Seré una submarinista, descenderé por el océano hasta que el día haya desaparecido por completo, hasta que día y noche no sean más que algo que podré olvidar.
Si vivo en lo más profundo del océano,
El cielo será ver la superficie del agua, lejana.
Y haber vivido en la tierra podrá significar haber pertenecido al cielo.
Seré la submarinista,
el mar se extenderá kilometricamente, y, sin embargo,
mi cuerpo continuará siendo el silencio más atroz.
Adiós al cielo masivo,
la vida ahora está aquí.
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