Los campos del deseo

“¿Cuál es tu deseo?” todo el mundo pareciera tener una respuesta preparada para este interrogante. Sin embargo, es complicado definir algo tan amplio como “el deseo”. Mediante palabras intentamos situar algo de él, pero esto nunca se logra plenamente. Podemos decir “mi deseo es…” y una vez que lo logramos nos enfrentamos con un  “sí, pero…”. Cuántas veces habremos deseado algo con muchas ganas y en el momento que alcanzamos aquello que, suponíamos iba a satisfacernos, nos enfrentamos con la triste realidad de que no era la solución de nada. Nos reconocíamos más felices persiguiéndolo que después de haberlo conseguido. Así el deseo se nos presenta como un molde a llenar pero nunca encontramos el elemento que encaje de manera perfecta. Quizá se trate simplemente de disfrutar de las vueltas que nos hace dar, dado que el deseo es el motor que nos lleva a las pequeñas metas: los anhelos de deseo. Si alguien desea ser “violinista en el Colón”, después veremos qué ocurre en el medio…

Hay un tema del flaco Spinetta que vuelve cada tanto a mi oreja: 

“Aunque el sol te abrigue no quiere decir 

que no tengas más frío”.

Me encuentro con una ambivalencia a la hora de interpretar esos versos. Por un lado, aparece la cruda literalidad de que ni el Sol va a lograr calmar el frío, ni lo que más anhelo va a llenar mi deseo. Pero al instante lo poético le saca peso a la situación (la vida) porque aunque exista ese frío intenso, ¿qué importa? El Sol aparece igual. El deseo como motor para llegar a las pequeñas metas y, como el Sol, sigue estando.

Como el campo del deseo es tan vasto, es posible encontrar el deseo meritócrata que aparece por una suerte de idealización de la autonomía. Esto surge de la creencia de que si me propongo algo puedo conseguirlo sin reconocer que hay límites, condicionamientos y dificultades externas. Es una falacia suponer que somos enteramente autónomos y libres a la hora de realizar nuestros deseos. El arte del deseo, en cambio, es saber hacer con esas dificultades. En la película francesa Amelie, su personaje libra sus pequeñas batallas cotidianas para hacer feliz a los demás, donde nos muestra ese saber hacer y cómo el deseo de cada uno se encuentra en los detalles. 

Puede ocurrir también que muchas de las cosas y experiencias que creemos desear sean de otra persona, como un deseo por identificación con otro deseo. Es muy fácil que ocurra de manera directa con alguien que conocemos o no. Por ejemplo, si estamos en la fila del supermercado chino con comida para nuestro gato viejo y, mientras esperamos, la señora de adelante tiene un cachorro que parece un peluche de bolsillo, difícilmente estemos alegres de comprar comida dietética para el felino. Queda en nosotros reconocer si se trata de un simple impulso o si “verdaderamente” deseamos un cachorro de bolsillo. Aunque nuestro juicio podría fallar y terminaríamos con un problema tierno y otro decrépito.

A veces deseamos cosas sin saberlo, o que pasamos por alto. El deseo se nos puede presentar de manera indirecta, y a esto podemos llamarlo deseo burocrático. Es el deber ser. Por un lado, existe el “hay que…” del mandato familiar, que puede habernos influenciado a la hora de elegir qué carrera seguir, dónde trabajar, qué mascotas adoptar, etc. Por otro, el “hay que tener…” del mandato del mercado o lo mainstream afín a la idea de que la posesión de riqueza material es la clave de la autorrealización. En un mundo donde las redes sociales utilizan técnicas para llamar nuestra atención y hacernos consumir, proliferan los señuelos que, como anzuelos, se disputan quiénes tienen mayor cantidad de usuarios conectados. Estos usuarios creen que desean aquello que consumen y ahí está el chiste. Como en la película The Truman Show que muestra la farsa del deseo burocrático. Al tipo le hacen creer toda su vida que sus deseos pueden encontrarse dentro de esa burbuja-estudio de televisión que él cree su realidad, mientras que le eligen a quién ama y a quién odia, que le conviene y qué no.

A diferencia de esto, el deseo personal, así como la identidad y la realidad, se construyen con el de los otros. El sentido de pertenencia lo da la cultura, las costumbres y los gestos típicos. Vivir en comunidad nos lleva a deseos propios y deseos compartidos. Puede suceder que deseemos lo mismo que muchas otras personas, eso es un deseo colectivo. Pensar en el deseo compartido nos ayuda a sobrevivir en esta selva y, de paso, nos saca un poco de nuestros intereses más individualistas. Que resulte compartido no implica que aquello que deseamos sea idéntico a lo que desea la persona de al lado. La clave de lo colectivo es poder encontrarse aún en esas diferencias. Los campos del deseo son un ida y vuelta que se extiende desde lo propio a lo común, y de este a lo más propio.

 

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