Habitar lo habitable desde lo colectivo. Un recorrido por las decisiones que tomamos día a día. Pensalo, si lo personal es político, imagínate lo colectivo.
Hace unos días fue 17 de noviembre, día de la militancia. Volvimos a encontrarnos en fechas como estas, que te abrazan el pecho como tecito en pleno julio. Venimos de una pandemia que nos atravesó transversalmente e hizo que nuestras caras y cuerpos, que por ahí solían cruzarse cada fin de semana, se sientan un poco más lejos. Hasta dudamos de si podríamos volver a llenar la Plaza de Mayo. Pero estamos convencides de que lo que nos mueve es el amor, y desde ese motor movemos el mundo.
Durante estos meses de presencialidad-virtualidad, efectivamente nos costó habitar, con la alegría que nos caracteriza, los espacios por los cuales transcurrimos nuestra cotidianeidad, por el hecho de la presencia que tiene poner el cuerpo ahí. Nunca nos dió lo mismo estar o no estar, y este tiempo no fue la excepción. Poner el cuerpo es un hecho político, y decidir dónde hacerlo te diría que hasta es revolucionario. En este contexto de apertura y de vuelta a los distintos ámbitos, pensar en cómo queremos poner el cuerpo según donde pisemos me parece fundamental.
De lxs creadorxs de la consigna «mi cuerpo mi decisión», que tanto logramos socializar, invitamos a hacernos la pregunta «¿donde decido poner el cuerpo?». Como sujetxs políticxs elegimos el camino de la política como estilo de vida, y desde ese punto de partida entendemos que en los peores momentos es cuando más hay que estar. Es por eso que el contexto actual nacional, y mundial, nos exige eso: que decidamos seguir poniendo el cuerpo, y a su vez desde dónde queremos hacerlo. Ya aprendimos que nuestros cuerpos son el gran santuario del activismo que nos recorre por dentro. Somos capaces de albergar toda esa energía dispuesta a ir hacia otro lado, para orientarla ante eso que nos hace feliz.
Pero también aprendimos que esa felicidad no se construye ni se vive en soledad. Siempre es más lindo y fácil poner el cuerpo cuando otrxs lo hacen al lado. Acompañarnos en ese proceso es un acto compañero y una política de cuidado en su máxima expresión.
Hace unos años, a partir de las reivindicaciones que nacieron desde las perspectivas feministas, de la Economía Popular, la soberanía nacional, entre tantas otras, se comenzó a plantear la cuestión de la autonomía de los cuerpos como un punto central que debía ponerse en la agenda y en el debate público de manera urgente. Estas luchas tenían que ver con la posibilidad de que cada unx pueda ser autore de su futuro. Una autonomía por sobre lo que decidimos ser, decir y hacer, por sobre nuestros propios cuerpos. Creo que existe una tarea interesante ahí, que consiste en tratar que ese autonomismo construido y conquistado no se transforme en individualismo. Desde quienes construimos política entendemos que los espacios se transforman colectivamente y de abajo hacia arriba. La perspectiva sobre la libertad y el autonomismo no siempre llevan la bandera de lo colectivo. Tampoco llevan la bandera de lo individual. Por eso es que eso se encuentra en disputa y, lo que hagamos o no, cuenta. Somos (y queremos ser) responsables de transitar nuestros espacios desde lo colectivo.
Entiendo cómo otro desafío a futuro el hecho de dejar de pasar por los distintos lugares desde una mirada de mérito/esfuerzo propio, de habitar espacios con la política del “entro, meo, sacudo y salgo”. Poder aprovechar aquella presencia y buscar constantemente el encuentro con lxs otrxs, así como también la producción colectiva, es clave. Un ejemplo muy notorio de esto es el pase por la facultad. ¿Qué tanto más colectivo sería el proceso universitario si todxs buscáramos a quienes tenemos al lado, más que el: entro a cursar y me voy? Pensalo, si lo personal es político, imaginate lo colectivo…
Tenemos que retomar las banderas de la constancia y el compromiso. Poner el cuerpo como forma de ver la vida es fundamental, y sin constancia, no hay teoría que se pueda llevar a la práctica. El territorio requiere de cuerpos que elijan la política como herramienta de transformación, y destinen lo que puedan destinar, para llevar ese entusiasmo mucho más lejos. Así como lo que no se nombra no existe, lo que no se recorre, no se conoce. Y no hay política de calle que pueda llevarse adelante si no es desde las necesidades de cada barrio popular, familia, merendero, penal, bachillerato, escuela, centro de salud, etc. Poner el cuerpo es también autoconvencerse de que la política de la story de instagram no cambia realidades ni conquista derechos, pero sí los proyectos y la organización que hay detrás de cada armado, con todes dentro. Y como llevan escritas en su espaldas las remeras del sector cartonero, «quienes sólo tengan aspiraciones individuales, nunca entenderán una lucha colectiva».
Cindy Fraenkel nos recomienda el Libro Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), «Trabajo y Organización en la Economía Popular» de Juan Grabois.
«El libro realiza una guía para lx militante respecto de cómo llevar adelante la militancia territorial y qué significa ser unx militante popular que decide poner el cuerpo para transformar la realidad.»
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