Luego de leer “emoción, tierra fértil”, me pregunto en qué tierra estamos paradxs ahora y en dónde quedó entonces la fuerza colectiva del arte
posdata: MÁS ALLÁ DE MI VENTANA
Es complicado leerse en un contexto tan distinto. En realidad, es complicado leerse. Pero esta vez se le suma que las circunstancias desde que escribí este texto cambiaron abismalmente.
Releer “Emoción tierra fértil” a un año y medio de su publicación, con una pandemia de por medio, nos pone enfrente el mundo tan diferente en el que vivíamos. Esas reflexiones ya no existen, ya no aplican, ya no operan en nuestro presente. Para no repetir la misma historia, me propongo esta vez desmenuzar y explicitar al menos mínimamente la situación y contexto en el que escribo por si, eventualmente, en un futuro (esperemos no tan lejano) “la cosa cambia”, o mejor dicho vuelve a cambiar.
Escribo esto en medio de un distanciamiento social a causa de un virus que se extendió por todo el mundo hace ya casi año y medio. Al menos en Capital Federal, la cuarentena empezó un 19 de Marzo y aún a fines de Julio no estaban permitidas las reuniones en plazas. Seguimos con distintas aperturas, y después de vuelta cierres, y así sucesivamente. Hoy en día los casos están por encima de 20 mil, superando el récord de la llamada “primera ola”, y los muertos por día superan los 500.
Es en medio de todo esto que las expresiones artísticas tuvieron que experimentar, como todo, un cambio casi total en su forma. Por un lado, justamente al ser un campo expresivo, mucho de lo creado se vió totalmente atrapado por la coyuntura actual, canalizando explícita y directamente las sensaciones consecuentes de lo que conlleva el distanciamiento, la incertidumbre, el miedo, y una larga lista de sentimientos posibles. Por otro lado, lo que solíamos conocer como “arte” generalmente supuso un contacto con un otro de alguna u otra manera, cosa que ahora presenta una amenaza importante hacia la salud.
Pero, dejando de lado el análisis sobre los cambios que sufrió “el arte” en estos tiempos, creo que lo que más me llama la atención es haber perdido la noción de lo colectivo.
En el ensayo anterior, hablo del arte como generador de fuerza colectiva. Hoy en día, por más que escarbe en lo más profundo mío, por más que intente resucitar ese sentimiento, no lo encuentro. Estoy tan aplastada por mi propia individualidad que ni siquiera me siento capaz de escribir esto pensando en un otro más amplio que el yo misma.
Creo que en estos tiempos, por lo menos a mi alrededor, se potenció la dimensión más personal del arte. Aquella que uno toma para salvarse a sí mismo: como recreación personal, como punto de fuga, como medio expresivo para el propio disfrute; pero dejando cada vez más atrás la noción de colectividad como fin. Vale aclarar que no entiendo esta tendencia únicamente como producto de la coyuntura pandémica sino que, en términos macros, nuestros tiempos, de alguna manera, también apuntan a ello.
Entonces, al leerme hablando de artistas en las calles, de un contacto colectivo, de hacerle frente a censuras, me pregunto dónde carajo quedó ese mundo. Me pregunto si sólo yo y unos pares más lo perdimos de vista, si sigue estando un poco más allá de los límites de mi ventana. Leerme me trae recuerdos de un mundo en el que nuestras preocupaciones y objetivos no estaban teñidos de incertidumbre total, uno en donde las calles y espacios se sentían más propios y el contacto menos amenazante.
Pero más importante aún, si todo eso empieza a desvanecerse, a olvidarse, me pregunto qué nueva cosechas nos estamos perdiendo, qué consecuencias tiene eso y cuál es entonces nuestra tierra fértil. Tal vez aún estoy muy encerrada en mí misma como para saberlo.
Olivia Nuss recomienda “The Wolfpack”.
«Este documental nos introduce en la vida de seis hermanos cuyo padre los mantuvo encerrados en un pequeño departamento en Manhattan, aislados del mundo exterior. Su única forma de pasar el tiempo y explorar otros mundos, es recreando sus películas favoritas. La intriga y la ternura se enredan creando un relato único y sincero.»
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