En los tiempos que corren la vida puede asemejarse a una carrera . La idea de ser el primero, ser el mejor está incrustada y arraigada como un parásito no solo en nuestras mentes sino en nuestros ideales. Admiramos a los que están en la cima en un constante ajetreo, buscamos imitarlos no importa a qué campo nos dediquemos, ya sea al arte, los negocios, la salud. Estamos compitiendo con nuestros pares y nosotros mismos incesantemente. La cultura del “Workaholic” y el “Hustle” son la nueva norma y no solamente se aplica a nuestros trabajos y estudios sino que la esencia del hobby, refugio recreativo, se ve corrompida porque buscamos maneras de lucrar ya sea atención, dinero o prestigio a través de ellos.
Nuestra sociedad basada en optimizar la producción puede limitar y condicionar nuestro pensamiento, nos hace esclavos a la rutina, a la anticipación y de vivir en una constante carrera contra el reloj. Medimos el tiempo que nos lleva comer o coger. Desde chicos se nos enseña a idealizar el trabajar duro y el ser productivos pero no el disfrute. Nos movemos en una sociedad donde todo es una transacción, casi nada se hace por el mero hecho de hacerlo,todo tiene un propósito y ganancia. Dicen que el tiempo es dinero y eso nunca estuvo más presente en la historia de la raza humana como hoy en día. Este fenómeno no solo es visible en la vida laboral, en las redes sociales estamos poniéndonos continuamente ante centenares de personas que muchas veces no conocemos. Proyectamos y enfatizamos estándares de belleza y un día a día irreal, muchas veces con la esperanza y necesidad de conseguir “me gusta” y comentarios validándonos. Esta validación mutó en otro tipo de moneda, nos alienta a seguir exponiéndonos. Hoy en día está tan democratizado este rasgo de la cultura que es muy difícil no ser partícipe de alguna forma u otra.
El tan temido aburrimiento y el “nada que hacer” quizá sean el impulso que varios necesitamos para innovar, sumergirnos en nuestro ambiente e interactuar con nuestros alrededores y con quienes los habitan. Este tiempo “perdido” es una oportunidad para replantearnos nuestros estilos de vida, decisiones y existencia. El aislamiento social y la cuarentena en la que nos encontramos debido a la crisis sanitaria por el COVID-19 nos obligan a la introspección, nos aterriza en nuestra realidad, nos hace enfrentarnos y redescubrir una nueva definición de lo cotidiano. Nos hace cuestionar los sistemas y valores por los cuales nos regimos y se rigen nuestras sociedades. Nos damos cuenta de que tan dueños de nosotros mismos somos.
Cuando uno se encuentra con su propia insignificancia al estar en las manos de un agente microscópico se halla cara a cara con su familia o con quién tiene al lado, para repensar nuestros vínculos y hábitos. El tiempo pasa a ser una entidad escurridiza pero perezosa, pasa a existir en otro plano o dimensión, se vuelve casi un mito. Ya no nos gobierna.
El ritmo de vida que llevamos es traído a una pausa obligatoria en dónde la productividad ya no es el centro de nuestra sociedad. Nos encontramos con una hoja en blanco, llena de oportunidades. ¿No es el momento ideal para “perder el tiempo”, para volver a hacer eso que hacíamos de chicos que dejamos de lado?. Volver a pintar, cantar, bailar, mirar el techo, jugar por horas, dejarnos ser, no buscar huir de nosotros sino volver a encontrarnos en un estado puro y armonioso. A final de cuentas ese es el tiempo que más aprovechamos, cuando nos comprometemos con nosotros mismos y hacemos algo solo porque queremos y podemos, saboreandolo y disfrutándolo.
En este momento la humanidad está viviendo una situación límite en conjunto, podemos tomarlo como un llamado a la realidad, a despertarnos y reflexionar sobre cómo hemos estado viviendo y haciendo las cosas, no sólo cada uno a nivel personal sino que la especie entera está viviendo un acontecimiento único en el tiempo. Einstein dijo: «No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos.” Dada la magnitud de la crisis actual y todos los sectores que abarca como el sanitario, económico y personal para mucha gente, una visión optimista para el futuro podría ser ventajosa y conveniente.
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