, ,

Ojos color kitsch

_________________________________________________________________________

“La disputa entre quienes afirman que el mundo fue creado por dios y quienes piensan que surgió por sí mismo se refiere a algo que supera las posibilidades de nuestra razón y nuestra experiencia. Mucho más real es la diferencia que divide a los que dudan acerca del ser que le fue dado al hombre (por quien quiera que fuera y en la forma que fuera) y a los que están incondicionalmente de acuerdo con él.

En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos “acuerdo categórico con el ser”.

Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del váter!), o hemos sido creados de una manera inaceptable.

De eso se desprende que el ideal estético del “acuerdo categórico con el ser” es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama “kitsch”. 

(…) el Kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurativo: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.” Milan Kundera (La insoportable levedad del ser).

_________________________________________________________________________

La primera vez que leí el poema número X de “Barrio Trucho” por Juan Desiderio me generó una sonrisa la imagen de un niño cura que se había fumado un porro y ahora lee la biblia en un cartón de vino tinto. Me generó una sonrisa porque la imagen es tan poéticamente hermosa que se me lavó la consciencia social. Así. Rapidito. Cortita y al pie. Ando todos los días, blablabla, que la problemática de clase, que la universidad pública esto y que el senado aquello; pero leí una poesía y sonreí al pensar a un niño entre las drogas, el alcohol y la religión. Nose muy bien con cual prefiero menos que ande pero definitivamente no hubiese sonreído si esa imagen no se me deslizaba desde una forma artística. El kitsch se puede resumir como la romantizacion de la realidad, como una imagen que nos sensibiliza a todxs y cada unx pero que al mostrárnosla, al mismo tiempo esté ocultando su propia mierda.  Sonreirle a una imagen como la que nos muestra “Barrio Trucho” solo es posible cuando se nos enseña a mirar con esos ojos. Porque es útil que le sonriamos a la mierda, útil para esconderla a plena vista. Lo más delicado es que es tan efectivo que nos genera una costumbre. Una vez que el edulcorante kitsch se metió en nuestras venas, genera una suerte de anteojos que se activan cuando nos cruzamos con la mierda del mundo. 

Sino, ¿cómo se explica que aunque veamos todos los días gente viviendo en la calle no vivamos en una angustia culposa o no nos levantemos en contra de lo establecido? Estamos anestesiadxs. Me interesa pensar lo kitsch como una costumbre impuesta en vez de una intención macabra de la sociedad contra sus habitantes. Creo que se nos enseña, implícita y explícitamente, a ocultar e ignorar lo que expone la imperfección de la Creación. Aquello no quiere decir que haya una acción activa de un ente malévolo por ocultarnos lo inaceptable del mundo. Pienso que nos enseñan gradualmente a anestesiarnos para ignorar lo injusto. Esto se traduce en distintas formas que casi nunca conllevan el aislamiento físico de aquello inaceptable sino su anulación simbólica.

Con las expresiones sociales disruptivas se puede observar cómo con el paso del tiempo tienden a vaciarse de su sentido político. Gradualmente caen en su propio estereotipo y se vuelven funcionales al sistema, con el paso del tiempo, generalmente lo contrahegemónico se diluye o pierde su naturaleza combativa. Se le llama cultura de masas a las expresiones sociales que comenzaron como una fuga de libertad que luego fue anulada. La masificación de la cultura seria, por asi decirlo, un “enkitschecimiento” de las expresiones sociales. Por ejemplo, la cumbia. Sus comienzos se remontan a una necesidad de hablar de las injusticias que se vivían en las villas, de generar una voz popular; hoy, en todos los boliches de cualquier barrio argentino, se escucha cumbia, se canta “yo soy mas villero que vos” y ni de reojo algunx percibe la realidad villera, por lo tanto el portavoz cambia de dueñx, lo que antes era de los barrios populares, pasa a estar en manos de la cultura dominante. Este es un caso de miles.

Algo parecido se puede pensar con el tabú del sexo. La incomodidad que genera el tema y la institucionalización que hay a su alrededor, no son más que herramientas para eliminar su característica central, la razón por la cual es tan peligroso: el sexo en su esencia, no es más que la forma más pura de libertad. Todxs tienen sexo pero del cuarto para afuera se llenan  la boca reproduciendo cada “verdad” opresora que genera aprensión al sexo, que en profundidad, es la aprensión a la libertad.

La desnaturalización de lo natural y la naturalización de lo social derivan en una vida desprovista de libertad personal. Lo que me genera incomodidad es la siguiente pregunta:

¿Quién es más libre, la persona inadvertida de aquella impersonalidad a la que tiende nuestra sociedad o la persona que, advertida, se dedica a combatirla sistemáticamente?

La afirmación se escucha habitualmente “La sociedad nos oprime, nos impone pensamientos, las libertades están coartadas por el sistema capitalista y patriarcal”, pero ¿de qué libertad nos vamos a jactar si nos quedamos denunciando esta realidad obvia? si total, mientras sigamos aceptándonos oprimidxs, el sistema sigue funcionando. 

La postura crítica es inútil si pretendemos que por el solo hecho de denunciarla nos estamos liberando. Gritarle al sistema que estas siendo oprimidx es como gritarle a una persona, que es persona. Ya lo sabe, no es noticia.  Para volver útil la crítica, es necesario volverla una primer instancia hacia la búsqueda personal, porque si nos parece mal que el sistema nos prive de ser quienes queramos ser, entonces no nos quedemos sentadxs esperando que justamente el sistema nos de esa libertad. No lo va a hacer. Si vamos a objetarnos, deberíamos hacerlo con la crítica como medio, no como fin. Que el fin sea desprendernos de aquella necesidad de combate y adentrarnos en una búsqueda por lo propio. Sino, estaríamos cayendo en nuestro propio kitsch. Mediante el discurso contrahegemónico, olvidarnos de su esencia (querer ser libre) y quedarnos con su estética (criticar al sistema).

Conformarnos a vivir en el limbo de la crítica a lo kitsch pareciera ser continuar sometiéndose al sistema. Criticar lo kitsch es seguir viviendo bajo su lenguaje. Tratemos lo impuesto con menos respeto, creámonos más capaces. Replantearnos nuestras costumbres sin hacerlo en contra del sistema sino más allá de él.

“la ley/ como un hechizo/ (…) /al amanecer/ un par de ojos/ condenaron al mundo” (Barrio Trucho, Juan Desiderio).

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comments (

)