Paul Desmond: la cigüeña, o el hombre del martini seco

El saxofonista más clásico del jazz

Desde la perspectiva de unx artista, tal vez, mucho peor que el silencio de ser desconocidx, podría ser el ruido del reconocimiento, cuando no por lo que unx hubiera querido. Para ser honestos, no creo que Paul Desmond callara su voz aciago o descontento aquel mayo del ’77 cuando murió como uno de los músicos más famosos y populares de su escena. Pero con la misma sinceridad y con aún más seria firmeza aseguro que su fama no es atinadamente adjudicada y su genio, no suficientemente celebrado. No sé qué dirá en su tumba pero entre su legado está el hecho de haber sido el compositor de ‘Take Five’, cual sería acaso el single más vendido de la historia del jazz, grabado junto a su íntimo amigo, como miembro del reputado Dave Brubeck Quartet. ‘Take Five’ se convertiría rápidamente en un jazz-standard y puede ser hasta el día de hoy escuchado en los altoparlantes de alguna cafetería o librería con ciertas ambiciones pretenciosas, incluidas las de nuestra propia ciudad de Buenos Aires. El nombre del standard se debe a su inusual métrica de 5/4 y, aunque objeto de muchos elogios, su estridente popularidad opaca la vasta belleza del resto de su obra, igualmente o tanto más virtuosa que la del icónico sencillo.
Su escena era la del ‘cool jazz’ o ‘west coast jazz’, llamado así en dialéctica con el jazz que venía de la otra costa de los Estados Unidos. En claro contraste con los gigantes del bop del este, que se caracterizaban por tocar un estilo más armónico que ponía foco en la improvisación insurgente sobre estructuras armónicas complejas, el ‘cool’ es un jazz más tranquilo, menos rápido y mucho más apacible para el oído por su adhesión a una estética más centrada en la improvisación melódica, aunque no por eso menos creativa. La grandeza de la figura de Paul Desmond descansa precisamente en este punto; como buen hijo de padre compositor y arreglista, algunxs lo conocemos como el saxofonista más ‘clásico’ en la historia del jazz de la época de oro, y esto en referencia a sus patentes ideas afamadas por incorporar técnicas provenientes de la música clásica y académica a la cultura del jazz que simultáneamente heredaba. Testimonio de ello es su insigne práctica del contrapunto bachiano, donde dos o más voces se mezclan e interactúan unas con otras horizontalmente para integrarse y conformarse en ricas polifonías. Su obra está llena de este tipo de interacciones con otros músicos, en particular sobresale Two of A Mind, grabado con Gerry Mulligan, así como el homónimo álbum del cuarteto surgido de su sociedad con el mismo saxofonista barítono. Por igual se escucha contrapunto en sus propios arreglos, generalmente de vientos, que Desmond mismo solía componer para sus piezas; mi ejemplo favorito de lo últimamente mencionado es el breve pero grandioso final de la ‘Samba With Some Barbecue’, que en su coda despliega un arreglo de trombones, trompeta, fliscorno y trompa —o corno francés—, así como su saxo alto, en una canción que, de paso, es una parodia a modo bossa del standard ‘Struttin With Some Barbecue’, de Louis Amrstrong.
Letrado y bien educado, su música está llena de citas y referencias. Concretamente, podemos hablar de ‘Sacre Blues’ y su llamado a la ‘Consagración de la Primavera’, de Stravinsky, o de su solo en ‘The Way You Look Tonight’ grabado con el cuarteto de Brubeck, en el que cita secciones de ‘Petrushka’, del mismo compositor; asimismo su improvisación en ‘Here Lies Love’, donde menciona ‘La Danza del Hada de Azúcar’ del famoso ballet ‘Cascanueces’, autoría de Tchaikovsky; o ‘Catavento’, una bossa con alusión a ‘St Thomas’, del coloso tenor Sonny Rollins; y de la misma manera con otros como Debussy, Bach y probablemente más que todavía no hayamos quizá identificado.
Como todo vientista, la preocupación por la singularidad del tono de su instrumento le fue cardinal. Cuando cuestionado al respecto, Desmond contó que buscaba sonar como un ‘martini seco’. Irónico tal vez, puesto que su tono era extremadamente dulce, suave, cálido y afable; voluminoso aunque ligero, no particularmente ágil pero sí delicado y elegante, por momentos reminiscente al de un clarinete, instrumento en el que también era versado. Su estilo era preciso, vivaz, lúcido, rítmicamente loable y eximio en hacer sonar los silencios y las pausas. De modestos pulmones, cierto, pero astuto para hacer de aquello una rara virtud: juicioso, nunca sobrecargaba los compases, daba lugar a que cada nota se hiciera escuchar y hacía provecho de los contratiempos que, aun sin sonar, pueden cargar mucho movimiento. A pesar de dominar un tono suave, alcanzaba notas del registro altissimo y lo hacía sin que por eso perdieran la distintividad de su timbre o mucho menos, estuvieran desafinadas. Algunxs creemos que lo del martini se trataba de más de su copiosa ironía, sentido del humor y estética que se hacen presentes también en títulos y en tapas de sus discos; al caso viene su clásico de bossa nova, llamado Bossa Antigua o su prestigioso Summertime, caratulado con una foto de un iceberg. Brubeck cuenta que algunos de sus amigos lo conocían como ‘la cigüeña’, por su peculiaridad de tocar parado en una pierna inclinado hacia el piano.

En el presente su imagen envejece algo desafinada, en una era donde el jazz es cada vez menos corriente, sus adeptos prefieren, sea por negación o resentimiento, acometer cierta actitud elitista y alejarse de aquel pasado de masiva popularidad. Rechazando toda nota que atraiga a aquel oyente no entendido en el género, ‘Take Five’ padece, quizá justamente, una aversión extrapolable al de aquellas canciones infinitamente repetidas, hits que, en trágicos infortunios, enmascaran la verdadera grandeza de artistas fatalmente desventuradxs, y genios como el de Paul Desmond resultan, en esta crisis de identidad, inoportunamente olvidados y deslegitimados.


Maximiliano nos recomienda: Paul Desmond: the stork, the man of the dry martini
Una playlist propia con un recorrido por su obra, excluida take five.

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