¿Qué papel juega la vulnerabilidad en nuestros procesos de deconstrucción?

Para empezar, creemos necesario aclarar que nuestras posiciones parten de una experiencia militante entre varones cis heterosexuales y no heterosexuales (gays, maricas, etc). Somos un colectivo que asume una perspectiva antipatriarcal en tanto reconocemos al sujeto varón cis heterosexual como el modelo que reproduce en distintos planos las opresiones patriarcales sobre las mujeres y disidencias. Desde ese lugar, nos resulta necesario romper con nuestros privilegios patriarcales pero no solo discursivamente sino desde un hacer militante concreto. Es así como construimos un espacio colectivo que a lo largo de diez años ha ido encontrando algunos lugares (físicos, vinculares, políticos, simbólicos) o algunos elementos que en nuestros procesos individuales y colectivos de transformación de nuestra masculinidad tóxica y estructural nos dan la pauta de que es posible encarar procesos de este tipo e ir encontrando algunos resultados nunca acabados ni definitivos, pero que sí suman en el camino de ejercer masculinidades diversas y no violentas, que puedan asumir el cuidado como práctica y muchas otras cosas más.

Varones, vulnerabilidad y cuidados

Los varones rechazamos la vulnerabilidad. Mejor dicho,  la negamos.
En nuestro camino de socialización esta cualidad se asocia a la vergüenza y, por lo tanto, funciona como una regla implícita, no dicha, de lo que no hay que ser. Sin embargo, entendiendo que el patriarcado se sirve de la debilidad de los sujetos varones para reproducir violencias, mandatos, etc., seguramente tenga sentido hacer visible y nombrable esta vulnerabilidad masculina a la hora de romper con los códigos machistas con los que nos criaron y que nos anteceden y trascienden. 

Hacer visible y “sentible” la vulnerabilidad que nos habita. Ponerla en palabras y en actos ¿Pero para qué?, ¿cuál es la potencia de esta práctica?

En algún sentido se trata de habilitar el “no puedo” para que otres asuman su parte. Pero también la vulnerabilidad ejercida es una forma de asumir el derecho al cuidado y, por lo tanto, de aceptar y comprometerse con el derecho de otres a acceder a los mismos cuidados. En algo de esto radica una de las tantas magias del feminismo. El encontrarse inmersx en la rueda humana indelegable de tener que sostener nuestras vidas de la forma más sana posible.

Parte de hacer visible, “sentible”, esta vulnerabilidad es comenzar a repensar la forma en la que construimos los vínculos y las tareas y prácticas de cuidado que implican. Reconocernos en estas tareas de cuidado exige no solo empezar a conocer cómo nos afectan lxs otrxs, sino empezar a tener en cuenta cómo afectamos nosotrxs a quienes nos rodean. De qué manera contribuimos o no a los cuidados que toda persona con la que nos vinculamos. Es dar lugar a la responsabilidad afectiva, a desarrollar un registro que parta de una empatía fundada en la certeza de conocer cómo se siente la vulnerabilidad y aportar una mano y un cuerpo (varón) a la tarea infinita que implica garantizar todos los derechos que de esta se derivan en cualquier persona. Tareas y roles que históricamente han llevado adelante las mujeres y cuerpos feminizados. 

Vale la pena tener en cuenta que el “destapar” la vulnerabilidad, el “dejarse ver”, jamás podrá ser fruto de la “potencia” individual de los varones, porque si tuviéramos la capacidad política individual de hacer visibles todas nuestras contradicciones, privilegios, etc. y revertirlas no estaríamos en la situación que estamos con respecto a las violencias machistas, que nos encuentran como sujetos reproductores. Si cargamos la responsabilidad sobre la potencia individual estaríamos continuando el mandato de la masculinidad sobre los varones. Que exista la posibilidad de procesos como los que intentamos imaginar en esta nota será solo sobre la base de encararlos colectivamente. Ese es un punto de partida mucho más potente que cualquier voluntarismo individual. 

Vemos que la vulnerabilidad juega un rol en nuestros intrincados procesos de transformación. Tiene cierta potencialidad para impulsar procesos y, sin ser el único elemento ni necesariamente el mejor, puede servir como herramienta en ellos. Si bien nada es tan lineal como “reconoció su propia vulnerabilidad y ahora toma tareas de cuidados”, sí creemos que puede ser una herramienta útil a la hora de repensar la forma en la que construimos las relaciones y apostar a generar lazos más sinceros e igualitarios. 

Como dijimos al principio, vemos necesario hacer visibles nuestros privilegios patriarcales y repensar nuestras vulnerabilidades como uno de los pasos que dar en este abandono de los mandatos del patriarcado que es urgente, difícil pero absolutamente posible.

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