“Quiero escribir sobre el amor” y otras maneras de intentar transmitir a Kollontai

“Quiero escribir sobre el amor” pienso. Inmediatamente se me aparece el “por favor que pedazo de boluda”. Pero después pienso que creer que escribir sobre el amor es de boluda es una de las millones de construcciones con las que vienen vivir en un sistema en el que importa más cuánto producís que qué tipo de sentimientos te atraviesan. Pienso que deben existir un montón de temas más importantes y urgentes para desarrollar y compartir mi perspectiva. Pienso que debería escribir sobre el pacto con el FMI y los bonos que se vencen, sobre cómo el año pasado dejamos nuestras esperanzas en la calle y el aborto todavía no es legal en Argentina, sobre que el recambio electoral que se aproxima dista mucho de brindarnos a las laburantes, los laburantes y les laburantes los derechos que nos corresponden pero también pienso que sería hasta injusto escribir sobre estas realidades cuando a muches de nosotres (para empezar, a mi) nos atraviesa y muchas veces ocupa el cerebro un tema tan abarcativo como contundente: amar.

Digo el cerebro no porque no nos atraviese total e intensamente el cuerpo sino porque noto, por lo menos en los círculos en los que me muevo, un refrescante cuestionamiento de qué es y qué significa hoy amar y ser amades. Que nace, a mi entender, a partir de un movimiento de mujeres que llegó para quedarse, cuestionar y repensar todo.

Amar. Sabemos, o creemos saber qué significa para nuestros padres y nuestras madres, incluso para nuestros abuelos y nuestras abuelas pero ¿cómo funciona para nosotres? Hoy, les jóvenes, o por lo menos una parte nuestra (de la cual cabe destacar, no solo constituye la pequeña burguesía porteña) empezó a validar maneras diversas de establecer vínculos amorosos o sexuales con otra persona. Practicamos maneras de vincularnos que creemos menos restrictivas: relaciones abiertas o relaciones que involucran más de dos personas en el ámbito sexual o afectivo como una manera de escaparle a vejusta monogamia porque, concluimos casi colectivamente que de esta se desprenden conceptos muy nefastos y afines a un sistema que también lo es: posesión, celos, inseguridades, extremas idealizaciones, incomunicaciones, etc. Entonces ok, monogamia no ¿pero qué?

La certeza es que se abrió un nuevo tipo de juego, y creo no ser la única que está bastante desorientada respecto a sus reglas. Estuve en algunas relaciones (que todavía no sé si tuve o tengo derecho a llamarlas relaciones) bastante confusas en las que nunca quedaba claro si me estaban haciendo una clásica metida de cuernos o si estábamos experimentando nuevas formas de amar. Se me presentaron (y estoy segura de que probablemente se me seguirán presentando) situaciones de la índole enterarme que mi vínculo tenía otro vínculo llamado NOVIA mediante fotos de Instagram; dudas constantes e insoportables del tipo “si le hablo yo primero dos veces ¿el pensará que quiero tener una relación monogámica?” “solo nos vimos para coger, ¿esto es una relación?” “¿QUÉ CARAJO ES ESTAR EN UNA RELACIÓN?”

Perdidísima, nada cerraba por ningún lado y a mi me ponía muy ansiosa ese gris indefinido en el que estaba. Pensé bastante en qué bueno estaría que volvamos todes un poco a la vieja y confiable monogamia. Hablé con amigas que mantienen o estaban construyendo relaciones monogámicas y me di cuenta de que todo eso que sentía frente a mis no relaciones ellas lo experimentaban en sus  relaciones. Entonces claro, dije “no tiene que ver con cuántes somos sino cómo actuamos, es decir quiénes somos” Pero ahí se complicó aún más: ¿cómo sé yo cómo se debería comportarse el otro conmigo? ¿debería guiarme por lo que quiero? ¿por lo que busco? ¿por lo que me dicen mis amigas? ¿por lo que me dicen las pelis de Disney o más las de Hollywood? 

En un principio el término de “responsabilidad afectiva” me quedaba cómodo y lo usaba tipo mantra: “lo más importante a la hora de relacionarnos es que cada une sea responsable de sus acciones y cómo se siente ele otre con las mismas”. Leí una nota de Alexandra Kohan y ese término me quedó cortito rápidamente, con maneras medio reaccionarias ella planteaba algo muy concreto: ¿cómo puedo hacerme cargo de los efectos que tengo en el otro? Yo no tengo el poder de adivinar cómo resuena en un otro lo que yo transmito y el otro no tiene manera de saber cómo resuena en mi (claro está, estamos hablando de situaciones que se encuentren en un marco de puro consentimiento y deseo de ambas partes). Ok, perdida de nuevo. Fue todo tan confuso que en un momento llegué a armarme un instructivo de cómo quería y necesitaba que se comporten los varones a la hora de mantener vínculos conmigo y fantaseé con mandarselo no solo a todos con los que tuve relaciones que yo consideraba frustradas sino también a los que estuvieran por venir, de modo manual o cartel de advertencia. Descarté el delirio después de unas horas. Probablemente iba a pasar de tener relaciones frustradas a no tenerlas en absoluto ¿Entonces qué? ¿ENTONCES QUÉ? 

Y ahí me acordé de un concepto medio mágico que es como un filtro de Instagram con el cual mirar el mundo que cuando lo comprendés es inevitable analizar la realidad a través de él: consciencia de clase.

¿Y si yo dejaba de pensar en el amor como una cuestión individual entre dos, o en algún caso, un grupo de personas? ¿Y si lo empezaba a pensar como una cuestión social? ¿Como un problema colectivo y político? Y claro, si lo empezaba a pensar por ahí, la respuesta o por lo menos una aproximación de la respuesta iba a estar, porque somos les que movemos todo, en mis compañeres de clase, en elaboraciones de revolucionarios o revolucionarias.

Alexandra Kollontai, en “¡Abran paso al Eros Alado! (Una carta a la juventud obrera)” dijo, allá por 1923 “[…] El amor no es en modo alguno un «asunto privado» que interese solamente a dos corazones aislados, sino, por el contrario, el amor supone un principio de unión de un valor inapreciable para la colectividad […]” 

Es un texto maravillosamente claro y pedagógico que todes deberían leer y subrayar, que está plagado de este tipo de ideas concretas y lúcidas que, para mi alivio, aclaran mucho el panorama. No me hice un nuevo manual de cómo necesito ser tratada y tratar a les otres a la hora de mantener vínculos porque la verdad que sigo sin saberlo en concreto y sigo descubriendo paso a paso. Pero sé y confío en que si a la hora de hacerlo mis maneras y las del otro nacen del deseo de querer estar mejor las cosas iban a perfilar bien. No hablo de un deseo individualista de construcción personal ni de la idea de satisfacer las necesidades propias como intentó e intenta a toda costa instalar desde siempre el sistema capitalista, sino de querer un mejor mundo para todes. Si actúo y actuamos en el amor con ese horizonte, creo que varias cosas que me salían muy horribles ahora van a salir aunque sea un poquito menos horribles.

Leer ese texto me cambió un montón de ideas y entendí que, por lo menos por ahora, para poder empezar a tener vínculos amorosos más sanos, felices, disfrutables y claros vamos a tener que dejarnos puesto el filtro Kollontai y entender al amor, como yo entiendo al mundo: como una cuestión colectiva, de compañerismo; de construcción, de libertad y sobre todo, como una cuestión de clase.

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