De repente tenés 14 años y estás debatiendo en el burguer king sobre qué tacho usás para tirar cada cosa, y quejándote de por qué tenés que estar introducido en ese debate interno en vez de volver rápido a la mesa con tu grupo de amigues que aparentemente están a las carcajadas por algo que te perdiste. Quedaste afuera. Estamos afuera. Afuera de nuestras decisiones. Gobernadxs por una cantidad inimaginable de estímulos que nos orientan a accionar de forma enajenada. ¿Dónde quedamos nosotrxs en cada decisión -propia-? Ah, responsabilidad civil decían. ¿Dónde estamos nosotrxs en lo que consumimos? ¿Qué nos genera? ¿Qué cambio hace que yo sea la única en todo Núñez que vaya con mi botella de aceite a rellenarla para no generar más y más? ¿De qué se trata esto de repatriar mi metro cuadrado?
¿Por quién hago lo que hago? ¿Y de qué sirve que lo haga? -PAUSA-
Lo que consumimos nos constituye como personas, forma parte de nuestras actitudes, de nuestros patrones conductuales, incluso -y, sobre todo- de nuestras creencias y valores.
Somos lo que consumimos y, en su mayoría, no somos siquiera conscientes de ello. Nuestra alimentación, nuestra elección de círculos sociales, nuestro autodiálogo, el consumo visual, auditivo y material, todos estos son factores que repercuten en nuestra percepción del mundo y de la realidad.
Atender la repercusión que tiene el consumo masivo en nuestra constitución como personas empieza por una pregunta, una duda, algo que nos inquiete. El consumo consciente nos permite posicionarnos como verdaderos dueñxs de nuestro accionar, o al menos acercarnos un poco a eso. Sí, que fiaca me da tener que lavar el envoltorio de cada paquete de galletitas que consumo, y ni hablar de cerrar el grifo del agua mientras lavo los platos. Mundo de la comodidad al alcance de un simple botón táctil. ¿En qué nos convertimos cuando desatendemos nuestro accionar?
Para hablar de responsabilidad personal y social es necesario en primera instancia introducir la idea de apropiación del espacio. Ésta trata sobre el proceso por el cual un espacio deviene para la persona (y el grupo) un lugar propio (Vidal y Pol, 2005). Así, el sentimiento de pertenencia puede vincularse estrechamente con esta idea de responsabilidad, y esto se da principalmente porque ambas comparten su base fundamental: la expresión de un determinado comportamiento se encuentra mediado por creencias y normativas de índole grupal. Es decir: pertenecemos cuando nuestros comportamientos se encuentran avalados por creencias y normativas grupales que parten de un aprendizaje masivo y compartido.
La cuestión es que hoy las creencias del mundo consumista, de la inmediatez y del menor esfuerzo, predominan en nuestro entorno capitalista, alejándonos de nuestras bases y de los medios naturales. Distanciándonos de nuestra responsabilidad como seres humanos consumidores.
El patrimonio natural no es más que la continuidad espacial de nuestro medio construido, y debido a esta fusión se retroalimentan constantemente. Entenderlos como continuos nos acerca, como seres individuales, a la idea de que cada accionar nuestro repercute en ambos espacios: el construido y el natural. Sí, hace la diferencia que vayas a recargar tu botella de aceite. Sí, hace la diferencia que cierres el grifo cuando lavás los platos y sí, hace la diferencia que ese vos de 14 años se tome el tiempo para leer los carteles y ubicar apropiadamente esos residuos que le/te pertenecen. Y probablemente de tu grupo de amigues, solo 1/3 de ellxs se percate de tu accionar, se interese, se cuestione, lo aplique. Pero es así como ahora somos un poquito más. Es así como tu accionar impacta en tu entorno tanto social como ambiental.
No construimos “castillos ecológicos” de un día para otro, no buscamos desarraigar la cultura mecanicista con una “simple” elección de tachos de residuos. Pero despertar conciencias nos abre más puertas de las que creemos. Visibilizar problemáticas nos incentiva a virar nuestro foco atencional y concientizar respecto a la distancia cognitiva existente entre nuestro accionar cotidiano y el impacto que este genera. ¿De dónde proviene esto? ¿A dónde va lo que “desecho”? ¿Qué impacto genera mi consumo a nivel ambiental y social? ¿A qué contribuyo con esta decisión? Nuestros hábitos pueden verse fuertemente modificados si indagamos sobre el costo real de los productos denominados “prácticos” bajo la industria del hiperconsumo. Atender lo que consumimos es una forma de autoconocimiento.
La vida nos absorbe y probablemente sea más fácil simplemente continuar con la vorágine que nos excede pero que, de alguna manera, nos mantiene andando. Una vez más, dejamos que nos mantengan cosas externas. Atender suele ser una práctica desafiante y molesta al principio. Y la mente es la que mejor sabe sobre aprender mediante la repetición. Por ende, solo nos toca decidir hacia dónde.
El tiempo existe, falta reeducarnos, reeditar simples actitudes, prioridades, maneras. Perspectivas. Hay algo muy lindo y gratificante en volver a conectar.
Probar apagar el scrolling automático. Silenciar las marcas de ropa que se renuevan cada temporada, el último estilo de mueble, el más innecesario producto de ”””belleza”””, el utencillo de cocina que ahora no solo te lava la lechuga sino también te pica el ajo y te saca el olor.
Enraicemos nuestro accionar para recuperar el equilibrio.
1 Vidal i Moranta, T., & Pol, E. (2005). La apropiación del espacio: una propuesta teórica para comprender la vinculación entre las personas y los lugares. Anuario de Psicología, 2005, vol. 36, num. 3, p. 281-297.
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