Reflexiones en tiempos de encierro

Pandemia. Del gr. πανδημία pandēmía ‘reunión del pueblo’.

2019 / 2020. El mundo se ve azotado por un virus que ataca al núcleo central del capitalismo y, hasta el momento, la única barrera que protege a la sociedad es el aislamiento. Es interesante pensar cómo un grupo de lipoproteínas pone en jaque a la sociedad contemporánea toda, sin discriminar. El covid-19 no tiene autonomía, ni conciencia moral, no sabe distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo liberal de lo popular. Esta situación extremadamente particular perjudica a los aparatos de producción como nunca antes se ha visto en la historia y va en contra de la globalización. Sin embargo, esto no asegura que sea la derrota del modelo capitalista ni mucho menos, quizá sea solo un grano de arena en los engranajes de la gran maquinaria.

Generalmente, frente a enfermedades tan masivas, las sociedades suelen emplear metáforas bélicas del tipo “guerra contra el virus” o “entre todos derrotaremos al covid-19”. En dichas frases, el virus es un “enemigo a ser vencido”, el sistema de salud son las “fuerzas que luchan en el campo de batalla” y la sociedad debe unirse ante ese “enemigo común”. Sin embargo, el empleo de dichas metáforas puede resultar una proyección de los peores recursos del discurso capitalista para perpetuarse bajo una sociedad de control. Al homologar la pandemia a una batalla se pretende homogeneizar la reacción de los afectados y las medidas a tomar, pero se corre el riesgo de militarizar la vida de los ciudadanos. Por ejemplo, en estos días, en el norte de Italia se desplegó un exagerado operativo que incluyó drones, camionetas y cuatris para detener a un hombre que tomaba sol en una playa desierta. Escenas como estas se han multiplicado en las últimas semanas a una velocidad espeluznante, semejante a la velocidad del virus tan temido. El covid-19 no ataca ni tiene enemigos, solo se reproduce y parasita, dado que, si destruye toda la vida, él también muere. Esto me hace acordar a la postura tan “amable” que ha adoptado últimamente el FMI con los países más pobres del planeta (por ejemplo, cuando aprueba el alivio inmediato del servicio de la deuda a 25 de los países miembros, como parte de la respuesta del organismo para ayudar a abordar el impacto de la pandemia). Dicha actitud no debe leerse como un acto de buena fe, el Fondo, así como el virus, no sobreviviría con todos sus deudores muertos. ¿Quién pagaría entonces?

Por otro lado, tenemos a los negacionistas de la pandemia: líderes de las grandes potencias mundiales, como Trump y Johnson (a los que se sumó Bolsonaro) minimizan las consecuencias que puede ocasionar el virus si no se toman a tiempo las medidas adecuadas. Noches atrás, el primero de ellos declaró haber derrotado al virus. A la mañana siguiente, los títulos de las portadas de los diarios hacían referencia al número de muertos que en ese momento superaban los 4000 solamente en New York… El 16 de abril, en Lansing, Michigan, hubo marchas donde algunos habitantes portaban rifles exigiendo el fin del confinamiento. Este es un extremo de una ideología propagada por los más poderosos para reactivar la economía y es una muestra de hacia dónde puede conducir el uso de ciertas metáforas bélicas, sumado a la literalidad de algunos ciudadanos armados hasta los dientes… El 14 de marzo, Boris Johnson tomaba la decisión de priorizar la economía por sobre la salud: no cerró escuelas y sostuvo que clausurar eventos multitudinarios “tendría un efecto limitado en la expansión del virus”. Un mes más tarde, luego de contraer y superar la enfermedad, este mandatario le pide a la sociedad británica que se quede en sus casas. Claro, ya es muy tarde, los muertos diarios rozan los 900.

El nivel de propagación del virus es tan elevado que una sola persona infectada que se presente en su lugar de trabajo podría contagiar a todo el resto del personal en pocas horas. Es por eso que, mientras no exista una vacuna, la única manera de proteger a la sociedad es decretar la cuarentena obligatoria, el distanciamiento social y el funcionamiento de las actividades esenciales.

Hoy en día, nos encontramos frente a dos virus que intentan, o ya lograron, captarnos. Por un lado, el virus biológico que nos ataca logrando modificar nuestra forma de vida y, por otro, el virus tecnológico que pareciera salvarnos y devolvernos la capacidad de no estar aislados (porque antes de la llegada de la pandemia, el capitalismo ya había inventado un virus: el de los objetos que nos provee la tecno-ciencia y están al alcance de casi todo el mundo). Los dispositivos tecnológicos nos permiten tener cierto contacto con nuestros vínculos de lo cotidiano: tomamos clases virtuales, vemos obras de teatro, recitales, visitamos museos, descargamos ebooks, hacemos videollamadas para “ranchar” un sábado a la noche, etc. Sin embargo, hay que estar advertidos: los aparatos electrónicos que nos permiten tener acceso a esa realidad que se nos presenta a través de una pantalla provienen del centro mismo del capitalismo. Es por eso que el relato que consumimos puede estar generado por los medios de difusión centralizados que operan como instrumentos de control social. Es un momento muy frágil donde la reproducción de fake news y los reclamos propagados por y para el establishment son moneda corriente. Son tiempos para estar alerta y agudizar el pensamiento crítico.

 

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