También contribuyeron mucho y están en cada una de las siguientes palabras: Valentina Alvarez Rossini, Martina Davalli y Bianca Melman.
Un viaje en tren, hacer tiempo en una plaza, caminar las veredas, esperar el semáforo, manifestarse por una causa, pintar paredes: lo cotidiano de cada uno tiene mucho de público, de vivir el espacio compartido; en mayor o menor medida cada persona interviene el terreno de lo público con su propio aporte o con su desinterés.
Hablar de espacio público es hablar de la complejidad del encuentro y desencuentro. Pensando este ámbito más allá de lo físico y material, es un espacio en constante disputa por su sentido, un punto clave a tener en cuenta como herramienta de transformación social.
A pesar de pertenecernos a todos, en el imaginario nunca está pensado como tal. La cotidianeidad tiene a su favor la comodidad y en contra la dificultad de reapropiarnos de lo intrínsecamente nuestro. Caminar las calles tiene más gusto a normas y conductas naturalizadas que a una forma de ser libre o personal.
Volvamos a las bases: el espacio público es el espacio de todxs, pero al ser “todxs” un rejunte de individuos con intenciones diversas, es necesario regularlo de cierta forma. Para hacer posible que sea de “todxs” hay un poco de cada unx que hay que resignar en favor de compartirlo.
La regulación del espacio público si bien es extensa, deja algunos focos en los que se puede penetrar. Desnaturalizar la forma en la que lo habitamos puede hacer que aquellas formas que parecían muy fijas sean repensadas. Desnaturalizar la vivencia pública puede ayudar a redefinirla.
Tomar parte en la construcción de lo público es universal: se construye desde la indiferencia hasta la intencionalidad. No hay lugar a la no-intervención, esta es en si misma una forma poco responsable de intervenir. La forma en la que vivimos e intervenimos el espacio público aporta a su significación. Una propuesta intencionada puede transformar la despersonalización de lo rutinario: es una invitación a “reconquistar” lo público como aquello que nos pertenece; una reivindicación de su carácter, justamente, público.
Como lo público es histórico, cambiante, modificable, podemos pensar a la intervención como una forma de transformarlo. Si se realiza activamente, quien opere en el espacio público se puede encontrar con la cuestión del cómo hacerlo. Desde lo político y social hay muchos canales, desde el arte también. El cómo es una excusa, es un lenguaje que, al mismo tiempo de ser indispensable, necesario y determinante, es el medio a través del cual se desliza una forma de entender lo público y al otro. La posición que toma quien lo interviene es muy compleja. El desafío que nos propone intervenirlo activamente nos enfrenta, no solo al encuentro con un otro ajeno a nosotros mismos, sino con el ejercicio de despojarnos de la percepción de entendernos como quien es dador a un otro que no tiene. Lo ideal sería construir la intervención centrándonos en el encuentro con el otro y en el poder transformador de aquel enlace.
Intervenir el espacio público implica necesariamente cargarlo de intención. Es indispensable en la acción colectiva preguntarnos cuál es el medio a través del cual la transmitimos. Pensemos en la alegría como una herramienta de resistencia a la realidad, como un medio para el encuentro con el otro. La alegría como vehículo, sin resignar el carácter crítico, transformador -y a veces, de denuncia- de la intervención.
Intentar que la individualidad con la que vivimos el espacio público mute en lo colectivo, en acción; profundizar en el ser público. Cómo ser y cómo somos.
El quehacer público es complejo y necesario. El ser público, por suerte, es ineludible.
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