31 de Enero. 4:12 a.m. Termina el recuento de votos en el Senado y anuncian que hay 38 a favor de la sanción de la ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Se escucha un silencio por microsegundos, como si por un momento el colectivo de personas allí presentes sintieran que les devolvieron esa energía tan poderosa propia del movimiento. Finalmente, después de tantas luchas y una incansable resistencia, el aborto se convirtió en ley en Argentina. Nos conmovemos una y otra vez porque sabemos que el mérito es todo nuestro. Se hizo carne nuestro deseo de conquistar una ampliación de derechos, con ansias de que advenga una revisión sobre el lugar que ocupamos como ciudadanas. La revolución de la marea verde transformó incontables subjetividades y exigió una respuesta política y estatal a la necesidad social urgente.
El último discurso previo a la votación en diputados fue el de Gabriela Cerruti y sin duda, uno de los más conmovedores. Cerruti hizo una pregunta que abrió a muchas más: ¿qué es aquello que sí deseamos las mujeres y disidencias más allá del deseo de maternar?
En lo personal, este interrogante me convocó a pensar cómo se fueron constituyendo los significados simbólicos sobre la maternidad que hoy circulan en la sociedad. Viajando hacia los orígenes etimológicos de la palabra madre, la misma proviene del latín “mater” y se enlaza directamente con la feminidad. Ya en el origen del término, se instaló que el único deseo de una mujer era procrear con una justificación biológica y con una funcionalidad correlativa al sistema capitalista. Durante las epidemias de la Edad Media, la Iglesia y el Estado avanzaron sobre la apropiación del vientre de las mujeres con el fin de tener un control social directo sobre la población. Allá por ese tiempo, las brujas, sujetas con conocimientos entrelazados entre el cuerpo y lo sagrado, se resistían a los insistentes modos de gobernabilidad. Por la misma razón, eran torturadas mediante métodos sumamente crueles como por ejemplo, colgarlas de la lengua. Actualmente nos sigue moviendo la reflexión sobre las razones por la que las preguntas y los saberes incomodan tanto a quienes prefieren vivir bajo el silencio de los modelos presupuestos. Nuestra militancia por la frase “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar” tiene que ver con valorizar esos saberes irreverentes surgidos desde la micropolítica, que abren una red colectiva tentacular sin límites.
Me pregunto en qué lugar quedaba olvidado el deseo a partir de la instalación del capitalismo en adelante: ese deseo como potencia interior y anterior al movimiento que nos invita a corrernos de la inercia social para salir(nos) a buscar; un motor de vida que no juzga ni tiene monarquías sino que se origina en aquello que disfrutamos y elegimos ser; un camino a indagar(nos) el cual nos hace avanzar y al mismo tiempo, estar en el presente. En este sentido, así como el sistema económico, político y social insistió en modelar el mundo según un paradigma constituyente de la hegemonía, los feminismos fueron una respuesta a los intentos de disciplinamiento, quebrando esos moldes para disputar el poder de rearmar un mundo no regido por historias y vidas predeterminadas, para que nuestros únicos destinos no sean la sumisión o la muerte.
Esta corriente de pensamiento y acción, trae una búsqueda constante de dos modos de desear convergentes en el que por un lado, se encuentra el individual, subjetivo, singular; y por el otro, el colectivo, donde se engendra la potencia del compartir en comunidad. Dicho encuentro le atribuye a los feminismos un efecto emancipador de las exigencias sociales.
La sanción de la ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo representa un avance en múltiples sentidos: territorialmente, por la ampliación de los escenarios posibles y los proyectos de vida para las mujeres y disidencias; y simbólicamente porque después de siglos de ser vistas como pecadoras/es, asesinas/es, culpables, herejes, hoy, gracias al ejercicio de la palabra logramos desmantelar esos pesos imperativos de nuestros cuerpos y conciencias.
Susy Shock pronuncia “no queremos ser más esta humanidad” y con esta frase me atrevo a afirmar que nuestra lucha se enraiza en el deseo de construir otro mundo más justo, en donde nuestro deseo tenga territorio en el cuerpo soberano y en el exterior; deseo-territorio de sueños y oportunidades; de placer y disfrute; de lucha, resistencia y transformación. Deseamos erradicar la violencia sobre nuestros propios cuerpos y parir otro mundo donde las niñas no sean madres, sino sujetos de derecho y sus infancias sean respetadas. Queremos que el deseo esté cotidianamente un poco más cerca, como si pudiéramos tirar de hilos invisibles donde se esconden y traerlos más acá, en el límite entre el afuera y el adentro, sostenerlos en la piel y tejer un entramado diverso con todos ellos.
Es que todavía las instituciones de poder siguen sin comprender que nuestros deseos en acción, pronunciados en el grito de la diversa multitud que resuena y aloja a cada voz, tienen una potencia de transformación hacia la libertad imparable, incontrolable e inimaginable.
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