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Una linda maldición

Hace un año empecé a trabajar en una galería muy importante de Buenos Aires, experiencia que me abrió a conocer rápidamente un mundo del arte de CABA, desconocido en mi vida hasta ese momento.
Este nuevo mundo me acercó a inauguraciones, ferias, chismes y conversaciones sobre el “ser” artista.
La institución Arte está pasando por muchos cambios: hay un intento potente en formalizar ciertas instancias ajenas a la práctica como las aplicaciones a concursos y becas o el repertorio de programas artísticos informales con docentes de renombre.
Cada vez hay más galerías pequeñas que abren sus puertas, algunas dirigidas por artistas, otras por galeristas y otras por gente con posibilidades económicas y cierto interés en el arte. Espacios que buscan mostrar a nuevos artistas y artistas que buscan ser alojados por estas galerías. Un lobby inagotable con la única búsqueda, más que válida, de pertenecer. Cuando digo pertenecer no me refiero a una pertenencia idealizada o vacía de sentido. Quienes elegimos ser parte de este mundo lo hacemos porque queremos vivir del arte y promover su profesionalización. Arriesgarnos a vivir de lo que nos
mueve desde adentro.

Entre artistas de CABA hay cierta suerte o una linda maldición: nos conocemos entre todos, desde los más exitosos hasta los recién empezados. Somos un grupo endogámico, hay poca gente que no se dedique a las artes visuales y conozca este mundillo. Esto trae posibilidades como ponerme a charlar con artistas a quienes admiro con un vino de por medio, presenciar intercambios grandiosos de inspiración y entender un poco más cómo moverse en el ámbito.
Podríamos pensar que esta característica de nuestro contexto nos ayuda a pensarnos como una comunidad de artistas pero, tristemente ese no es el caso. Las razones son varias: Por un lado, el hacer arte es casi siempre solitario, (encerrarse a pintar, a modelar una escultura, a
editar un video) es un trabajo que comúnmente se realiza a puertas cerradas. Por otro lado, las diferencias entre artista joven/ artista de mediana carrera/ artista de larga trayectoria son notorias, las posibilidades económicas cambian, los estilos de vida y los recorridos (principal razón por la que no hay gremio de artistas, en mi opinión).

Veo una necesidad de generar comunidad. Estamos en una realidad determinada a convertirnos en personas autoexplotadas y autotercerizadas en donde somos producto/persona/personaje social y generador de contenido a la vez. Les artistas jóvenes nos encargamos de nuestra página web, nuestro portfolio, intentamos sacar fotos de nuestras obras, textos sobre ellas, contactarnos con posibles compradores y además de eso solemos tener otros trabajos porque vivir del arte es una tarea casi imposible.
Creo firmemente que a este contexto podría venirle bien un poco de comunidad. Grupos históricos, como el de Raquel Forner, Emilio Petorutti, Xul Solar y otros, supieron entender el sentido de comunidad, trabajando conjuntamente en exposiciones, pensamientos escritos y viajes de estudio. En la misma época se crearon los grupos literarios Florida y Boedo, sin embargo la comunidad del pasado no es la misma que precisamos hoy ya que en ese momento la estructura social y económica era otra y las comunidades deberían responder a sus contextos .

Debemos generar un modelo donde el sentido de la singularidad no se lleve puesto al sentido de lo colectivo. Todos buscamos lo mismo con nuestras particularidades. Un punto de partida para este objetivo puede ser darle importancia a la educación crítica e integral de arte.
Tengo la suerte de estar terminando una carrera universitaria pública y gratuita dirigida al arte contemporáneo (Licenciatura en Prácticas
Artísticas Contemporáneas en la UNSAM). En esta carrera, entendí la importancia de compartir espacios de pensamiento y el valor de una educación enfocada en enriquecernos colectivamente.
Creo en la educación como generadora de comunidad y en la
comunidad como la escena ideal en la cual podemos acercarnos un poco más a generar un arte soberano.

Si la comunidad se piensa a sí misma de forma jerárquica entonces lo que debería ser un derecho termina siendo un privilegio. La educación tiene el poder de desjerarquizar. La construcción de un sentimiento de pertenencia más ligado al trabajo colectivo que al prestigio nos va a acercar a la posibilidad de vivir del arte de forma más justa.

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